El fundador de Microsoft, y uno de los hombres más ricos del mundo, habla maravillas de Norman Borlaug, un agrónomo de Iowa (Estados Unidos) al que se le reconoce el mérito de haber salvado mil millones de vidas humanas. En los últimos tiempos, Bill Gates, creador del imperio de Windows y luego reconvertido a filántropo, está en el centro de los grandes debates. Por la labor de su fundación en la lucha contra enfermedades devastadoras en el mundo pobre y por sus opiniones sobre la COVID-19, ha sido satanizado por los antivacunas. Y más recientemente Gates se ha postulado también como una de las voces más influyentes en advertir de las terribles consecuencias que tendrá el cambio climático. [hde_related]
De hecho, Gates ha publicado en España el libro ‘Como evitar un desastre climático’. En este trabajo admite que la situación del planeta es ya bastante complicada. Pero también se muestra confiado en que la tecnología que ya tenemos, y la que vendrá, nos ayudará a solucionar este problema mayúsculo. Gates es un tecnoentusiasta. Al fin y al cabo, es uno de los creadores de la informática personal tal y como la conocemos hoy en día.
Pues bien, en ese libro donde Bill Gates habla de cómo tendremos que cambiar la forma de fabricar productos, desplazarnos o calentar nuestras casas para evitar el desastre climático, hay algunos homenajes. Uno de ellos es el que le dedica a Borlaug, descendiente de emigrantes noruegos y nacido en 1914 en Iowa.
¿Y por qué está admiración? Pues porque las investigaciones y el trabajo sobre el terreno de Borlaug, a veces en solitario y en condiciones precarias, desencandenaron a mediados del siglo pasado una auténtica revolución en la agricultura. Una revolución que logró salvar “mil millones de vidas”. De hecho, como colofón a su labor, Borlaug recibió en 1970 el Premio Nobel de la Paz.
Norman Borlaug dispara el rendimiento por hectárea
Borlaug empezó su revolución verde en México en 1944, con el apoyo de la Fundación Rockefeller. La consecuencia más manifiesta de su trabajo fue multiplicar el alimento obtenido por superficie cultivada, o lo que los agricultores llaman “el rendimiento por hectárea”.
En esencia, desarrolló variedades de trigo con el grano más grande. Este agrónomo se las ingenió para dar con tallos más pequeños de trigo que, al soportar frutos más grandes, no se doblasen por el viento. Y resistieran de paso la enfermedad de la roya, un hongo de color naranja que crece en el reverso de las hojas y los tallos. Sus variedades se conocen desde entonces como “semienanas”. Y han permitido a países densamente poblados como India o Pakistán, donde Borlaug se trasladó en 1963, evitar las temidas hambrunas.
Para convencer de que sus semillas y métodos eran los más convenientes, Borlaug no dudó en plantar cara a quien fuera. En India, por ejemplo, se enfrentó a gritos con un viceprimer ministro. Al cabo de los años, los resultados le dieron la razón. A medida que el trigo semienano se extendía por el mundo, y sus métodos se aplicaban a otros cultivos (como el maíz o el arroz), la productividad de los campos se triplicó. De hecho, y como apunta Bill Gates en su libro, hoy prácticamente todo el trigo que se cultiva en el mundo proviene de las plantas que desarrolló el agrónomo de Iowa.
Los pesimistas de la superpoblación
Los logros de Norman Borlaug, que había sido testigo de los estragos de la Gran Depresión de 1929 y por eso luchó para evitar las hambrunas, también han servido para acallar a los grandes pesimistas de la sobrepoblación. De hecho, en los años en que Borlaug ya recibía parabienes por su trabajo, un biólogo de Stanford, Paul Ehrlich, publicaba, con gran éxito de ventas, un libro para no dormir.
Se llamó ‘La explosión demográfica’ y en él dibujaba un escenario aterrador. Ehrlich pronosticaba que al final del siglo XX cientos de millones de personas morirían de inanición a causa del crecimiento exponencial de la población y la falta de recursos para alimentarla.
Afortunadamente, los presagios de Ehrlich, que publicó su libro en 1968 y sin conocer los avances de Borlaug, no se materializaron. Como antes, en el siglo XIX, no se habían hecho realidad los oscuros pronósticos de Thomas Robert Malthus, clérigo anglicano y economista. Malthus también había teorizado sobre el ritmo desigual de crecimiento de la producción de alimentos y de la población, y sus nefastas consecuencias para la especie humana.
Aunque a día de hoy la desnutrición crónica sigue siendo un problema, sobre todo en el continente africano, se ha reducido enormemente. Gran parte de ese avance empezó cuando Borlaug puso en marcha su revolución verde. La tecnología y las mejoras en la agricultura que expertos como el agrónomo de Iowa propiciaron, unido al descenso y control de la natalidad, incluso en los países más desfavorecidos, han evitado el desastre. Y, en consecuencia, la hambruna planetaria ha dejado de ser un tema de conversación.
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