La salud mental está al fin en el centro del debate público. Y su vertiente laboral también es cada vez más motivo de preocupación. Los datos son inquietantes. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), más de la mitad de los trabajadores en España reconoce que sufre estrés laboral. En los últimos tiempos, y con la pandemia de por medio, los empleados se quejan de que les cuesta mucho desconectar y de que la separación entre vida profesional y personal se ha difuminado. [hde_related]
Si ese estrés se hace crónico, puede derivar en el burnout o síndrome del trabajador quemado, que desde enero de este año ha sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una enfermedad profesional. De hecho, y por nivel de repercusión, el burnout es una pandemia, aunque no vírica, sino mental en este caso. Y es que, según un estudio reciente de la empresa de colocación Hays, hasta un 43 % de los profesionales españoles tiene cierta sensación de agotamiento o fatiga laboral.
Un trabajador estresado o quemado acaba sufriendo alteraciones en su personalidad (con pérdidas de memoria, cuadros de ansiedad, ataques de pánico e incluso depresión) y con la autoestima por los suelos. También el burnout suele llevar aparejado sentimientos de indiferencia y desapego por lo que se hace. O da lugar a irritabilidad y trato duro con los compañeros de trabajo, o incluso con amigos y familiares.
Además, a nivel físico suele dejar huella, en forma de alteraciones en la piel, fatiga crónica, taquicardias, hipertensión, pérdida de apetito o subida de peso. También son habituales los problemas gastrointestinales y las migrañas. Y en las mujeres puede dar lugar a desregulaciones del ciclo menstrual.
De acuerdo a datos de la aseguradora Mapfre, las profesiones más estresantes y mentalmente más exigentes son las que implican directamente riesgo físico o interacción con el público. Entre ellas están los militares, los bomberos, los pilotos de aviones, los policías e incluso los organizadores de eventos, que se enfrentan al estrés de los cambios de última hora en la planificación de los actos o están expuestos a la opinión (no siempre favorable) de asistentes y patrocinadores.
Pero la lista no acaba ahí, puesto que también sufren altos niveles de estrés los responsables de relaciones públicas, los altos directivos, los periodistas o los taxistas, que pasan su jornada en un habitáculo pequeño y tienen que lidiar con el tráfico de las ciudades y con clientes de todo tipo.
Ejercicio y gestión de los descansos
No es fácil librarse del estrés laboral y mantener una buena salud mental en el trabajo. Pero los expertos señalan hábitos saludables y rutinas que pueden ayudar a reducirlo o sobrellevarlo. Para empezar, es un buen consejo comenzar el día haciendo ejercicio. Puede ser una carrera o un rato en el gimnasio, pero basta con un paseo de 15 o 20 minutos con la mascota y unos estiramientos. Con muy poco se puede mejorar mucho el talante con el que arrancamos el día.
También es importante cuidar el sueño. Un descanso reparador por la noche es clave para gestionar el estrés. Para conseguirlo, conviene ir bajando la actividad a medida que llega la noche y reduciendo la exposición a las pantallas. Y, por supuesto, nada de café y estimulantes a partir de cierta hora del día.
Durante la jornada laboral, bien en la oficina o bien en casa, conviene practicar “microdescansos”, para relajar la mente. Además, en esas paradas periódicas, que pueden darse cada 50 minutos o cada hora, se puede aprovechar para estirar ciertas partes del cuerpo, como la espalda o el cuello, que se van agarrotando durante el transcurso de la jornada si estamos sentados permanentemente.
También son recomendables para mantener la salud mental en el trabajo las técnicas de relajación y respiración, que ayudan a distender los músculos que están en tensión durante la jornada laboral y que permiten una buena oxigenación de la sangre.
Hay que saber decir “no”
Además del ejercicio físico y de una buena dosis de descansos periódicos, es importante para evitar el agotamiento laboral poner en marcha medidas que implican al resto de compañeros y que afectan a la planificación del trabajo. Una de ellas es controlar la carga de trabajo. El exceso de tareas suele ser la primera causa de estrés, y por eso conviene hablar con los superiores cuando notemos que estamos al límite.
También es bueno delegar tareas al resto de compañeros o saber decir “no” en un momento dado, sobre todo cuando el exceso de obligaciones empieza a derivar en agotamiento mental. Dentro de la empresa, facilitará las cosas el definir bien las tareas de cada uno. De esta manera, la dejación de funciones de unos empleados no acabará repercutiendo en la salud mental de los otros.
A un nivel más íntimo, conviene hacernos de forma periódica la pregunta sobre si todavía estamos motivados en el trabajo. Si la respuesta es que ya nada nos motiva, tendremos que preocuparnos y hacer una reflexión. Con ayuda de amigos o familiares, o incluso con el asesoramiento de un psicólogo.
Y, por supuesto, para tener una buena salud mental en la oficina o en el lugar de trabajo hay que desconectar y preservar el tiempo de ocio y familiar. Para garantizar la famosa conciliación. Contestar correos por la noche o en fin de semana, o prolongar las reuniones más allá del horario laboral, contribuyen a acrecentar el síndrome del trabajador quemado.
Una reflexión final. El malestar psicológico en el trabajo es, en primer lugar, un asunto de salud personal. Es indudable. Pero también debe ser una prioridad a nivel social, por el importante coste económico que tiene. Se calcula que una de cada cuatro bajas por enfermedad que se dan en España en el ámbito profesional se deben al estrés laboral.
Es el segundo motivo de baja en las empresas, por detrás de las dolencias musculares y óseas. Y, según la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo, supone unas pérdidas económicas cada año de unos 80 000 millones de euros, casi un 7 % del PIB. La salud mental en el trabajo es un problema mayúsculo en todos los sentidos.
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