Desde el casino Taj Mahal en la mítica y decadente Atlantic City hasta las timbas de un sótano cualquiera en un suburbio de Singapur, el tapete verde tiene un atractivo especial. Sobre él se pierden grandes fortunas. Debajo se esconden los mejores trucos. Cuando el “all-in» es un estilo de vida, está bien guardarse una pareja de ases en la manga. Entre otras cosas, Guy Laliberté es, o más bien fue, jugador profesional de póker. Y la lógica del juego le ha acompañado toda su vida. Por su trayectoria, sí. Pero también por ese halo que desprenden las personas que parece que se lo juegan todo a la suerte, pero siempre esconden más de una mano ganadora.
Empecemos por el principio. Guy Laliberté, el primer payaso en orbitar el planeta tierra, tiene una de esas historias inspiradoras que gustan en los libros sobre cómo tener éxito. A pesar de altibajos y claroscuros, su historia es la de un hombre que pasó de escupir fuego por las calles de Quebec a dirigir el mayor imperio circense de la historia.
Los inicios del mito
Aunque sus fiestas en Hollywood e Ibiza acabaron siendo más épicas que su propia trayectoria profesional, Guy Laliberté tardó muchos años en disfrutar de su primera botella de champán. Nacido en el seno de una familia canadiense de clase media, mostró, desde pequeño, inclinación por la música y las artes escénicas. Antes de empezar la universidad, ya probó suerte en las calles de su Quebec natal con un grupo de folk. Tanto le fascinó esta vida, que nunca acabó la carrera y regresó al mundo del arte callejero. Pasó también una temporada en Europa, donde mejoró sus habilidades como payaso y asegura que aprendió el arte de tragar fuego.
A su vuelta a Canadá tuvo un trabajo de esos normales, en una planta hidroeléctrica. Le duró tres días. Y decidió que lo de fichar todas las mañanas en una fábrica no era lo suyo. Se centró entonces en el mundo del espectáculo circense, al que dedicaba toda su energía. Su primer póker de ases llegó en 1984, con 25 años. El gobierno de Quebec buscaba un proyecto para conmemorar el 450 aniversario del descubrimiento de Canadá. Ganó la idea de Laliberté y sus compañeros. Nacía el Cirque du Soleil.
O todo o nada
Tres años después del primer proyecto, tuvo lugar un hecho de esos que quedan genial en una biografía aderezado de cierta fantasía. Algo propio de genios, o de locos. Si el primer póker llegó en Quebec, el primer all-in two lugar en Los Ángeles.
En 1987, el Cirque du Soleil tenía la oportunidad de presentarse al Los Angeles Arts Festival, pero su situación financiera era precaria. La compañía podía pagar un billete de ida a la ciudad californiana para sus 20 miembros, pero no de vuelta. Asumieron el riesgo y saltaron del trapecio sin red. Les salió bien y en pocos meses el espectáculo había conquistado al público de Estados Unidos, e incluso se establecieron funciones fijas en ciudades como Las Vegas o Nueva York. En 1990 la compañía ponía el pie en Inglaterra y Francia. Después llegaron Japón (1992), la primera gira europea (1995) y América Latina (2002).
Y así es la historia de cómo una idea y un proyecto arriesgado con 20 saltimbanquis y tragafuegos se convirtió en una compañía que hoy emplea a más de 4.000 personas alrededor del mundo. Liderada por un incombustible espíritu emprendedor.
El payaso del espacio
La historia de su fundador y CEO transcurre casi siempre paralela a la de este circo solar. Guy Laliberté dedicó mucho tiempo a convertirse en un profesional del póker, llegando a quedar en cuarto lugar en el World Tour de 2007. Lo acabó dejando porque aseguraba que otros jugadores le timaban. Fue también el séptimo turista espacial en la historia. En un intento real por acercarse al sol, se pasó 12 días en el espacio a bordo de la nave rusa Soyuz TMA-16 y de la Estación Espacial Internacional. La imagen de su nariz roja brillando en el interior de la escafandra dio la vuelta al mundo.
Hace poco más de un año, Laliberté dijo basta. Vendió la mayor parte de sus acciones en Cirque du Soleil a un grupo de empresarios estadounidenses y chinos que se comprometieron a mantener la esencia del espectáculo. Sigue ligado al proyecto, pero se ha marchado a la parte de atrás del escenario.
La receta del éxito
Para qué cambiar si todo funciona. O mejor, cambiar constantemente para que nada cambie. Puede parecer contradictorio, pero algunos expertos en negocios aseguran que aquí reside el éxito de Cirque du Soleil: nunca atarse a nada, reinventarse constantemente para mantener la esencia, asumir riesgos para estar seguros.
Sobre el escenario, el éxito de este proyecto está en añadir nuevos ingredientes a una receta tradicional. Como todo buen espectáculo, el circo de Quebec se basa en un cóctel de talento, luz, color y emociones, en intentar sorprender al público en cada ocasión.
Las historias de éxito como la de Guy Laliberté y Cirque du Soleil son las más fáciles de contar. Pero no nos vamos a engañar, mucha gente se arriesga y no consigue sacar su proyecto adelante. Emprender no es garantía de nada. Lo único seguro es que si un saltimbanqui canadiense no lo hubiese hecho hace 30 años, el mundo se habría perdido uno de los grandes espectáculos de las últimas décadas. Y un payaso nunca habría orbitado el planeta Tierra.
Juan F. Samaniego