Pedro Gallardo es presidente de la Alianza por una Agricultura Sostenible (ALAS), organización que defiende un modelo de agricultura productivo basado en optimizar el uso de recursos para cultivar plantas y criar animales de manera sostenible.
ALAS está integrada por la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), Cooperativas Agro-alimentarias de España, la Federación Española de Asociaciones de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas (Fepex) y la Asociación Española Agricultura de Conservación-Suelos Vivos.
Hemos conversado con Pedro Gallardo para saber cómo han afrontado ganaderos y agricultores la situación derivada de la propagación del coronavirus y qué han hecho para seguir abasteciendo a los consumidores en pleno estado de alarma.[hde_related]
Desde que se decretó el estado de alarma a mediados de marzo, una de las actividades que no han parado, por considerarse esenciales, es el suministro de productos de alimentación. ¿Cómo han afrontado ganaderos y agricultores las nuevas circunstancias en las que deben desarrollar su actividad?
La agricultura y la ganadería están demostrando fehacientemente que es un sector contracíclico en la situación impuesta por el coronavirus. Ya exhibió su carácter resiliente durante la crisis económica de 2008. Somos capaces de seguir produciendo tanto en condiciones habituales como excepcionales. El sector agropecuario es el único que mantiene el pulso al desempleo en el confinamiento, incluso ha experimentado un descenso en el número de parados de más de un 10% en el primer trimestre del año, según la Encuesta de Población Activa (EPA).
A pesar de que hemos tenido que intensificar la actividad, hemos garantizado sin sobresaltos el suministro de alimentos, engrasando una cadena agroalimentaria que ha estado a la altura de las circunstancias para que la sociedad siga disfrutando de productos sanos, seguros y asequibles al bolsillo. Cuando se declaró el confinamiento, dejamos de lado las reivindicaciones para el desarrollo sostenible de nuestro sector en forma de ‘tractoradas’. Hemos seguido produciendo a pesar de las dificultades que estamos afrontando, como la caída de la demanda por el canal Horeca [hoteles, restaurante y cafeterías], el acceso a equipos de protección individual para la recolección, el manipulado de frutas y verduras o la falta de mano de obra en el campo por cerrarse las fronteras y las restricciones en los desplazamientos por carretera dentro del propio territorio.
En este contexto, ¿de qué manera se está consiguiendo mantener la actividad agraria y ganadera?
Esta crisis ha puesto de manifiesto que solo un modelo de agricultura productivo sostenible desde tres puntos de vista –económico, social y medioambiental– puede funcionar con garantías, y la opinión pública nos lo está devolviendo con un cambio de tendencia en la percepción positiva de la imagen de agricultores y ganaderos. Hablamos de tecnologías innovadoras, desde la semilla hasta la cosecha, como por ejemplo regadíos eficientes en ahorro de agua o el uso de técnicas en la lucha contra la erosión y las emisiones como la siembra directa. Junto a ellos, el cultivo de setos con flora autóctona para favorecer a los insectos polinizadores y la biodiversidad o la digitalización de procesos para la agricultura de precisión de insumos agrícolas para gastar solo lo necesario.
El funcionamiento de estas herramientas está avalado por criterios científicos, una de las reivindicaciones clave de ALAS, para que su modelo de agricultura sostenible demuestre su competitividad para alimentar a un mundo superpoblado. Por lo que no entendemos que el empleo de innovaciones en la obtención vegetal, como la edición genética CRISPR, y la utilización de un espectro de sustancias activas para las protección de las plantas, ambas respaldadas por la ciencia, no esté contemplado en el marco normativo de la Unión Europea.
Las consecuencias del cambio climático se dejan ver en nuestros campos: ciclos prolongados de sequía y lluvias torrenciales que acentúan la erosión de los suelos y el mayor riesgo de sufrir enfermedades y plagas. Está en riesgo la supervivencia de nuestro modelo y el sostenimiento del medio rural, ya que somos pieza cardinal de las economías de los pueblos: un millón de explotaciones, 3.000 cooperativas, 300.000 industrias agroalimentarias… Generan más de dos millones de puestos de trabajos, mayoritariamente en el medio rural.
[hde_quote author=»Pedro Gallardo» position=»Presidente de la Alianza por una Agricultura Sostenible (ALAS)»]A pesar de que hemos tenido que intensificar la actividad, hemos garantizado sin sobresaltos el suministro de alimentos, engrasando una cadena agroalimentaria que ha estado a la altura de las circunstancias para que la sociedad siga disfrutando de productos sanos, seguros y asequibles al bolsillo[/hde_quote]
En el día a día, junto a las medidas de seguridad que han de seguir todas las personas que continúan trabajando, ¿han visto modificada su actividad en algún aspecto relevante?
Somos conscientes de que no podíamos bajar el ritmo de producción para garantizar el suministro de alimentos. Somos una actividad productiva ‘esencial’ y, por tanto, exenta del confinamiento y expuestos al riesgo de contagio por coronavirus en los momentos de crecida de la curva, pero hemos estado en primera línea de trabajo con las dificultades de acceso a material de protección.
ALAS ha contribuido a proteger la salud de agricultores y operarios del campo en el comienzo de campaña de la recolección de frutas de hueso, frutos rojos y hortalizas al repartir miles de mascarillas FFP2 y gel hidroalcohólico en Murcia y Andalucía. Este material se ha donado por uno de los colaboradores de la alianza, la Asociación Empresarial para la Protección de las Plantas (Aepla).
¿Se ha notado un aumento de la demanda?
Al inicio del estado de alarma y el confinamiento, es cierto que se detectó un incremento puntual de la demanda, como consecuencia del acopio de alimentos que se produjo en estos primeros días. Esto se pudo constatar también en otros productos como el papel higiénico o el gel hidroalcohólico. No obstante, el sector agrario y la cadena agroalimentaria en su conjunto, desde la producción, incluyendo semillas, maquinaria y repuestos, tratamientos, abonos, piensos y cuidados veterinarios, hasta la industria, el acondicionamiento y el transporte o la propia distribución, han estado dando la cara, conscientes de su papel esencial en la alimentación de una población mayoritariamente confinada. Los lineales y las tiendas de alimentación se abastecían cada día para tranquilidad de nuestros consumidores. Y así vamos a seguir haciéndolo.
Uno de los problemas derivados de la emergencia sanitaria es la escasez de mano de obra para las campañas agrícolas. ¿En algún momento han temido que se paralizara su actividad?
El cierre de las fronteras para libre tránsito de las personas ha dejado fuera a decenas de miles de temporeros transfronterizos para las primeras cosechas de la temporada en varias comunidades autónomas. El 80% de la mano de obra para esta labor es extranjera. El peligro de que no pudieran recogerse frutas y verduras se alivió con el real-decreto del Gobierno para la contratación de operarios del campo, pero que ha impedido que se trasladara mano de obra de una comunidad autónoma a otra y que empleara a afectados por los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE). Las consecuencias del confinamiento de la COVID-19 han confirmado una vez más el fenómeno del despoblamiento rural. Uno de los objetivos de ALAS es aproximar a la población urbana la realidad de un modo de vida que supone vivir y trabajar en el campo, lleno de oportunidades.
El futuro aún es incierto, pero ya se empiezan a vislumbrar algunas de las consecuencias que esta situación excepcional tendrán sobre la sociedad y la economía. ¿Cómo afectará a corto plazo esta crisis sanitaria a la industria agroalimentaria?
El sector agroalimentario ha salido reforzado con la crisis del coronavirus como he dicho antes, por la operatividad de la cadena de suministro de alimentos. Así lo ha percibido la sociedad. La reputación del agricultor y ganadero ha ganado enteros y la llamada ‘España vaciada’ seduce a más gente para volver a un entorno natural. También se percibe públicamente el valor estratégico de la agricultura, la ganadería y la industria agroalimentaria en la transición a una economía verde a través de la innovación y a la tecnología, lo que debería ser una prioridad para la Administración.
¿Y qué pasará con el modelo de agricultura y ganadería sostenible que reivindica ALAS?
La crisis del coronavirus ha desempolvado el papel fundamental de la investigación científica a la hora de avalar la gestión de la pandemia. Precisamente, son la ciencia y la tecnología las bases del modelo de producción agraria sostenible de ALAS. Hace 20 años se producían unas 40 toneladas por hectárea de remolacha. En la actualidad, unas 110 toneladas por hectárea, reduciendo además el consumo de agua, fertilizantes y otros insumos agrícolas.
Por cada tonelada de tomate cultivada, hemos usado un 52% menos de tierra, otro 52% menos de pérdida de suelo por erosión, un 31% menos de agua y un 12,5% menos de energía, entre 1980 y 2008. Así, y no de otra manera, hemos pasado a producir más con menos en los últimos años, y además con el agravante de no disponer de las mismas reglas de juego para el mercado en las exigencias de calidad que otros países productores. La Unión Europea nos impone los estándares de producción agrícola y bienestar animal más exigentes del mundo. La crisis de la COVID-19 ha sido un banco de pruebas inédito en el que ha salido muy consolidado el modelo agrícola que ALAS defiende.
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¿Es suficiente el paquete de medidas anunciadas por la Comisión Europea el 23 de abril para hacer frente a los efectos de la COVID-19?
La Comisión Europea puso en marcha una serie de medidas excepcionales y urgentes, tanto administrativas y de gestión como económicas. Parecía lógico que debido al estado generalizado de confinamiento y restricciones en los desplazamientos, se pusieran todas las facilidades para que PAC, una política común para toda la UE, siguiera cumpliendo su función y no se paralizara por no poder ejercer los controles in situ o no cumplir una serie de requisitos que las restricciones impuestas imposibilitaban.
Muchos sectores, fundamentalmente los que están más en relación con los canales de la restauración, el turismo y la hostelería, o cuyos mercados están centrados en la celebración de eventos tan propios de primavera y verano, fiestas populares o ferias, han visto cerradas sus tradicionales puertas de la noche a la mañana. Productores de flores y plantas, de frutas y verduras, de patatas, criadores de corderos y cabritos, granjas especializadas en cochinillos, ganaderos de cerdo ibérico o criadores de vacuno, incluso los de ganado bravo, bodegas y viticultores, y otros tantos agricultores y ganaderos han visto como la pandemia les ha robado la primavera, el verano y muy probablemente todo el año.
La Comisión ha puesto encima de la mesa una serie de medidas de mercado correctas, pero carecen de fondos. Quiere financiar con apenas 80 millones de euros todas las iniciativas, especialmente las de gestión de mercados, y rebañar remanentes de partidas no gastadas o que sean los países quienes completen con fondos nacionales. Llama la atención ver como la UE, con más de 10 millones de agricultores, dedica a estas medidas excepcionales unos 80 millones de euros, mientras la Administración de Estados Unidos ha puesto ya 30.000 millones de euros para ayudar a sus apenas dos millones agricultores y a sus ciudadanos a poder afrontar mejor los efectos de la pandemia.
Imágenes | ALAS