Cómo han cambiado las empresas en 50 años. Hubo un tiempo, que muchos hemos vivido, en que las empresas punteras tenían grandes rótulos en mayúscula sobre un edificio de su propiedad, exigían el uso de traje y segregaban a los trabajadores en base a su salario. Escalar posiciones dentro era algo viable, tanto como ahora fumar en el despacho.
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Antes de la externalización de tareas
Lejos quedaron los días en los que toda la cadena de valor residía en un mismo complejo. Cuando las tareas requerían personal interno. Y no solo hablamos de tener integrado el departamento de RRHH o la contabilidad.
Hace 50 años aún era frecuente mantener una línea de correo interna para llevar la correspondencia entre plantas. Luego llegaría el email. Además, era frecuente encontrar un equipo de cocineros “de la casa” que diese el almuerzo y la comida, e incluso localizar a algún sastre de empresa, antes de que las contratas se convirtiesen en algo común.
Estas externalizaron algunos servicios como fue el caso de los oficios (electricidad, fontanería), antes incluidos en plantilla, o la limpieza. Lentamente, la pirámide jerárquica empezó a perder departamentos completos y gestores, aligerando la estructura.
Dejando de lado la fuerza productiva, la base de la organización se estrechó, pero también perdió escalones intermedios. Si antes era viable entrar como ascensorista y llegar a director general, hacia 1970-1980 se produjo un cambio clave en la contratación: el acceso inmediato en base al título.
Hasta entonces, ir subiendo en el escalafón era una posibilidad para aquellos trabajadores que más se esforzaban. Algunos autores, como el estadounidense Andrew Yang, destacan la frustración de algunos cabeza de familia, que veían cómo ‘su’ ascenso era ocupado por alguien más joven ajeno a la empresa. Hoy este tipo de reconocimientos son la nueva normalidad.
Cuando la etiqueta consistía en segregar
Las escaleras de servicio perdieron interés doméstico hacia el siglo XIX, pero mantuvieron su vigencia hasta bien entrado el XX en el mundo laboral. Esta forma de segregación laboral por “tipos de personas” hoy nos resulta escandalosa, pero hubo un tiempo en que esto constituía la etiqueta laboral.
El catedrático británico Paul Collier (1949) afirma en su libro ‘El futuro del capitalismo’ que recuerda un Banco de Inglaterra con seis comedores diferentes, uno para cada estrato social dentro de la empresa que, por descontado, mantenía a hombres y mujeres completamente aislados entre sí.
Hace 50 años, los puestos de trabajo en base al sexo seguían muy marcados: la mayoría de las tareas quedaban clasificadas en base a la tenencia de falda o de pantalón chino. A pesar de que aún hay brechas que cerrar, lo cierto es que el final de esta ‘etiqueta’ hace tiempo que quedó atrás, e incluso su eliminación es sinónimo de cierta modernidad. Un atractivo para la contratación.
En la actualidad se demandan espacios abiertos y flexibles en los que el despacho del CEO es tan amplio como cualquier otro puesto, horarios de entrada menos rígidos, comedores que tratan igual a los trabajadores de todos los rangos salariales, una menor jerarquía y empresas que tienden a mezclar al personal en equipos más fluidos. Un director de hace 50 años se escandalizaría.
De la corbata a la chancla laboral
Las “tareas para señoritas” y “tareas para caballeros” no es lo único que hemos dejado atrás en estas últimas décadas. Hoy es posible vestir formal sin necesidad de acudir al trabajo con zapatos, chaqueta y corbata, y allí donde aún se mantiene el uniforme laboral este tiende a un formato unisex.
Lo que empezó como los viernes informales o casual fridays pronto se extendió al resto de la semana. Las empresas tecnológicas, que iniciaban en Silicon Valley su actividad con una plantilla de jóvenes, habían fragmentado el mundo laboral prescindiendo de perfiles sénior, y con ello de sus costumbres.
Durante los primeros años de las bigtech, varios elementos nunca antes vistos entraron dentro del código de vestimenta empresarial. Los pantalones cortos o bermudas, reservados a becarios o ayudantes, escalaron posiciones junto a las zapatillas y, en algunos casos, incluso las chanclas.
La empresa se volvía un espacio informal al tiempo que cambiaba su idiosincrasia y la forma en que las barreras entre el espacio personal y laboral se difuminaban. El trabajo como pasión, antes un concepto absurdo, asomaba las orejas.
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Como ejemplo, el titular “Unos tipos en chanclas quieren alterar las previsiones económicas” habría sido considerado totalmente inapropiado hace unas décadas. Por muchos motivos, no solo por la indumentaria. Referirse a los dueños de un negocio como “unos tipos” no habría sido lo suficientemente formal. Hoy resulta gracioso y cercano.
Imagen de marca: ¡denme minúsculas más grandes!
Otro de los legados de las empresas de tecnología fue la vuelta a la letra minúscula en los títulos. Durante buena parte del XX, la tipología preferida habría sido cualquiera que incluyese letras robustas, grandes, bien visibles y, a ser posible, colocadas coronando un edificio propiedad de la empresa.
La pasión por acumular propiedades puede verse hoy en el gran número de sedes bancarias cerradas. Sobre muchas de ellas aún se intuyen aquellas letras formales, sobrias, serias y que inspiraban confianza en los clientes. En una época en que la confianza la otorgaba una correcta aproximación a la mentalidad del momento (recordemos: corbatas, segregación social y una marcada jerarquía), las letras mayúsculas eran el referente.
Pero luego llegó la aproximación al cliente y al usuario. En un mercado saturado de producto por primera vez, el objetivo dejó de ser producir tanto como fuese posible. El marketing daba sus primeros pasos, y las tipologías redondeadas sobre el Apple II miraban con modernidad a la sobriedad de IBM. De aquello hace apenas cuatro décadas.
Luego llegaron los chats IRC, y en un tiempo en que escribir en mayúsculas es sinónimo de gritar, algunas marcas evitaron esta forma. Muchas optaron por tipografías más redondeadas, e incluso por eliminar la letra capital de sus nombres. De un día para otro y sin previo aviso, Facebook pasó a ser facebook. Todo había cambiado, pero hacía falta echar la vista atrás para percibirlo.
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