Las lecciones de la COVID-19: cuando la crisis es la mejor maestra

Empresa

La letra con sangre entra, reza el vetusto aforismo castellano. Si hay que creerse el obsoleto contenido de esta sentencia, 2020 fue universidad, máster y doctorado para el emprendimiento español. El ‘año de la COVID-19’ dejó 85 000 empresas cerradas, 370 000 puestos de trabajo destruidos y 750 000 personas en ERTE, según los cálculos más optimistas. Un catastrófico balance que sigue empeorando y que, como suelen hacer los desastres, ha impreso a fuego un sinnúmero de enseñanzas que sobrevivirán a la pandemia.  [hde_related]

La importancia de la anticipación

Aunque las matemáticas son importantes para los negocios, estos, a diferencia de aquellas, no son una ciencia exacta. Los resortes sociales y económicos son proclives -siempre lo han sido- a dar bruscos golpes de timón, desatando cadenas de eventos capaces de pulverizar los planes más minuciosos.

Por muy eficientes que sean sus cadenas de producción y sus estructuras, una empresa que ignore las medidas de contingencia está jugando a la ruleta rusa. La planificación cortoplacista y el inmovilismo están condenados a derrumbarse como un castillo de cartas en cuanto se produzca un imprevisto, y la realidad está llena de ellos.

Las terribles consecuencias del estallido vírico en el tejido productivo español han dejado claro que la previsión es una asignatura pendiente. Pese a que durante las sucesivas olas de la pandemia ha habido ejemplos de notable resiliencia y adaptación, las firmas españolas deben mejorar su capacidad de anticipación. En el desglose de esta lectura afloran conceptos como la flexibilidad de la oferta, la innovación sostenida y sostenible, el desarrollo de nuevos productos y servicios y, sobre todo, una relación omnicanal con el cliente.

Una adecuada inversión en estas áreas facilitará una visión más completa del mercado y sus condicionantes, con más matices; y aumentará la fortaleza y la capacidad de reacción de la compañía.

El ajuste de la cuenta de gastos

Ya sea en el ámbito personal o en el profesional, basta que sobrevenga una crisis para que recordemos lo que es importante y lo que no. El cambio de paradigma al que han tenido que enfrentarse ha obligado a las empresas a reinventar sus presupuestos y estirar sus márgenes hasta lo indecible, practicando el funambulismo económico y financiero. Lo han hecho con la espada de Damocles sobre el gaznate, jugándose la mera supervivencia en una auténtica purga, de la que solo han salido vivas aquellas que han sabido eliminar lo prescindible y maximizar los recursos.

Los empleados son la empresa

El anterior apartado nos conduce al recurso más relevante, aquel que es capaz de potenciar todos los demás: el talento humano. Es de perogrullo, pero conviene recordar que la empresa es la gente que trabaja en ella. Las personas que están en nómina son un bien en el que nunca se invierte bastante

El resto de gastos (energía, teléfono, alquiler de locales…) pueden reducirse o incluso eliminarse llegado el caso. El confinamiento y las posteriores medidas restrictivas enterraron el ya agonizante ‘presentismo calientasillas’, normalizando el teletrabajo y revelando las inmensas posibilidades de las aplicaciones colaborativas digitales. Una coyuntura que ha reabierto viejos debates nunca cerrados, como la conciliación y la reducción de la jornada laboral.

Los seres humanos son el cuerpo y alma de la empresa, y no la sede, la marca o el producto. Los jefes y directivos más rezagados han aprendido esta lección en carne propia, pues el ciclón del cambio ha llegado también a la planta de arriba. Se ha producido una evolución del liderazgo a marchas forzadas y a todos los niveles, produciendo mandos más versátiles y conscientes de las implicaciones del momento histórico que viven.

El futuro es ahora

Ese momento histórico tiene nombre y apellido: transformación digital. Uno de los rasgos que definen a las organizaciones que se han salvado de la quema es su pericia para implementar contrarreloj las soluciones digitales a su idea de negocio, haciendo de la necesidad un motor evolutivo.

La presión se ha convertido en impulso, hasta el punto de que, según numerosos expertos, en unos meses se han producido avances que en condiciones normales habría llevado al menos un lustro introducir. El mismo concepto de digitalización ha sido puesto en tela de juicio, siendo reemplazado por vocablos como “aceptación”, “inmersión” o “adaptación”, que dan testimonio de una revolución que no está al caer, sino que ya se está produciendo.

La conectividad laboral merece una mención especial (2020 pasará al recuerdo como el año de las reuniones vía Zoom), pero también se han dado pasos de gigante en áreas como la ciberseguridad, los espacios virtuales de trabajo (con herramientas como Slack), los programas CRM de gestión de clientela (Salesforce) o los protocolos de sostenibilidad. Un aprendizaje duro y doloroso, pero aprendizaje al fin y al cabo, que sin duda será inestimable para el futuro que ya está aquí.

Por José Sánchez Mendoza

Imágenes | @ratushny y @markuswinkler en Unsplash

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