Cada año, se producen más de 2100 millones de toneladas de basura en el mundo, de los que solo se recicla el 16%. Gran parte de esos residuos son embalajes, productos de un solo uso que contaminan los ecosistemas naturales. Las empresas no pueden dar la espalda a esa realidad. Responsables de la producción y el uso de un alto porcentaje de estos desechos, la sociedad reclama mayor concienciación por su parte. Un cambio que pasa por los envases ecológicos y/o reutilizables.
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Ventajas para todos
Apostar por la RSC y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) impulsados por la ONU. La primera consecuencia del uso de este tipo de envases es un refuerzo en la imagen de marca y en la identificación con las preocupaciones de los consumidores, algo que incrementa la fidelización.
Su proceso de fabricación es más saludable tanto para las personas como para el medioambiente, ya que gran parte de la materia prima que se utiliza es orgánica y no se necesitan productos químicos para su procesado. Se generan menos emisiones a la atmósfera, al tiempo que se reducen los costes en materiales y recursos energéticos.
Son productos muy versátiles, ofrecen tanta o más resistencia y protección que los envases tradicionales y, asimismo, son capaces de soportar altas temperaturas.
Aunque son embalajes reutilizables, en el caso de ser desechados, contaminan mucho menos. Una botella de plástico, por ejemplo, puede tardar un milenio en descomponerse, mientras que los envases biodegradables y compostables siguen un proceso más veloz.
Los nuevos materiales de los envases ecológicos
El Real Decreto 293/2018 sobre reducción del consumo de bolsas de plástico prohíbe el uso de bolsas de plástico a partir de 2021, un cambio que ya ha supuesto el resurgir de materias como el cartón reciclado o las bolsas de tela y rafia. Pero, además, la Estrategia sobre los plásticos de la Unión Europea obligará a que, a partir de 2030, estos productos sean completamente reciclables.
Yendo mucho más allá, ya se trabaja con polímeros no solo reutilizables, sino con una fabricación mucho más sostenible.
El PLA (ácido poliláctico) es un plástico ecológico que proviene de almidones naturales como de la fécula de patata, la caña de azúcar, el maíz, la mandioca o la yuca.
En su fabricación, al almidón de las plantas se le añaden enzimas que convierten la glucosa en dextrosa. A través de la fermentación, se produce la polimerización, que le dota de cualidades similares a los polímeros que derivan del petróleo. El PLA es un material transparente que puede soportar los 40 grados de temperatura. Cuando se convierte en residuo, se trata en plantas de compostaje industrial para biodegradarlo
Si se requieren envases ecológicos que resistan mayores temperaturas, como, por ejemplo, recipientes que se puedan usar en el horno o el microondas, se utiliza el CPLA. Partiendo del PLA, se añade un aditivo que le permite tolerar hasta los 85 grados.
Otros elementos que optimizan el envasado sostenible son el bagasse, procedente del residuo de la caña de azúcar, resistente, moldeable y que se descompone en tres meses; o el Natureflex, una especie de film transparente fabricado con pulpa de madera.
Existen también componentes más tradicionales que están ganando terreno, como la celulosa con el sello FSC (certificación de la gestión forestal) que garantiza su producción responsable. Se utiliza para platos, vasos y recipientes y, combinado con el PLA, mejora sus propiedades de conservación.
Todo lo que ya se está haciendo
El auge de los envases ecológicos está fomentando la investigación de muchas marcas, que se aventuran con nuevos materiales que revolucionarán el sector en los próximos años.
La japonesa AMAM ganó en 2016 los Lexus Design Awards con su Agar Plasticity, un proyecto que quiere convertir algas marinas en materia prima para embalajes. A partir de las algas rojas se extrae el agar-agar, una sustancia que se utiliza en cocina y que presenta excelentes cualidades por su estructura porosa y su bajo peso.
Por su parte, la empresa Ecovative Design comercializa desde hace años el embalaje Mushroom, hecho a partir del micelio de hongos procedentes de desechos de plantas como tallos y cáscaras de semillas. El micelio es una parte filamentosa que, en condiciones de oscuridad y sin necesidad de agua, descompone los residuos vegetales.
Y en la Universidad de Utrecht (Países Bajos) han desarrollado un nanopapel producido con la celulosa de las cáscaras de la naranja. A pesar de que su grosor es de unos pocos nanómetros, consigue bloquear los rayos ultravioletas. Su objetivo es el embalaje de fruta y verdura.
Para terminar, algunos ingeniosos ejemplos que demuestran que el packaging sostenible se convierte en la mejor campaña de marketing:
Como la taza comestible de Kentucky Fried Chicken. Su nombre es Scoff-ee Cup y es un diseño de The Robin Collective. Se trata de una galleta recubierta de azúcar y chocolate blanco que soporta el calor de líquidos como el café.
En 2010, Puma lanzó una campaña que trataba de concienciar sobre las toneladas de basura que generan las cajas de zapatos. Para ello, contrató al diseñador Yves Béhar que creó lo que ellos llamaron una ‘caja inteligente’, capaz de reconvertirse en una bolsa.
Buscando también la reutilización, la marca de alimentación Pinar presentó hace unos años unos envases esféricos que, una vez vacíos, se convertían en piezas para crear juguetes. Cuantos más envases, más bloques de construcción y mayor diversión.
Los materiales de embalaje marcarán el futuro de muchas marcas. Los envases ecológicos lanzan un mensaje de sostenibilidad, compromiso y respeto por el medioambiente.
Imágenes | YouTube, Nick Fewings, Brian Yurasits, John Cameron on Unsplash, Mushroom Packaging, Pinar