En la actualidad, el teletrabajo, el horario flexible y el trabajo por proyectos están más que asumidos en cualquier empresa con un mínimo de componente tecnológico. Pero no siempre ha sido así. En el siglo pasado, la cultura empresarial era bastante reacia a permitir cierta flexibilidad laboral entre sus empleados.
Sin embargo, también había compañías que desafiaban las leyes establecidas. Este fue el caso de Freelance Programmers, fundada por una refugiada judía que revolucionó el mundo empresarial con una cultura radicalmente diferente. Y, contra todo pronóstico, fue exitoso.
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Freelance Programmers: el sueño de Steve Shirley
Stephanie ‘Steve’ Shirley fue uno de los más de 10.000 niños judíos acogidos por Reino Unido en plena huida de la Alemania nazi, el conocido como Kindertransport. En 1939 embarcó sin sus padres y con la única compañía de su hermana hasta llegar a un pueblo muy cerca de Birmingham. Allí fueron abrazadas por la que se convertiría en su nueva familia, el matrimonio Guy y Ruby Smith.
Fruto de una infancia difícil, estaba obsesionada con las causas sociales, especialmente en materia de discriminación de género. Además, tenía verdadera vocación por las matemáticas, materia que cursó en la universidad en horario nocturno con un expediente brillante. Poco después de acabar la carrera, fundó su propia empresa de software, Freelance Programmers, en 1962. Tan solo disponía de seis libras y una máquina de escribir que tenía en el salón de su casa, pero esto no le impidió seguir adelante con su proyecto.
Una empresa revolucionaria para la época
Freelance Programmers, además de ser la primera compañía en dedicarse en exclusiva al desarrollo de software (algo insólito en los años 60), contrataba únicamente a mujeres que trabajaban desde sus casas con un salario por proyectos. Una cultura empresarial flexible y sin precedentes que desafiaba las normas sociales y políticas del momento.
Shirley tan solo quería poder compatibilizar su vida profesional con la crianza de sus hijos, y de paso ayudar a que otras mujeres también pudiesen lograrlo. De hecho, de los 300 empleados con los que contaba la compañía, 297 eran mujeres que tenían que compaginar su hogar con su vida profesional y tan solo tres eran hombres.
Sin embargo, a raíz de la promulgación de la Ley de igualdad de oportunidades en 1975, Shirley se vio obligada a permitir también la contratación de hombres. Pero esta circunstancia no le impidió seguir adelante con su idea.
La difícil búsqueda de clientes
Esta cultura del ‘nosotras’ fue diana de las burlas y la suspicacia del sector. Era difícil conseguir clientes con estas premisas en una época donde la mujer estaba relegada a un segundo plano. Las cartas que Shirley enviaba a potenciales clientes ofreciendo sus servicios nunca obtenían respuesta. Sin embargo, poco después, descubrió cuál era el problema y recurrió a una vieja estrategia: firmar simplemente como «Steve Shirley».
A partir de ese momento, las cartas obtuvieron respuesta, comenzaron las reuniones y el trabajo acabó llegando a la empresa. De hecho, y gracias al trabajo desarrollado por las programadoras de la empresa, se ganaron contratos tan importantes como la programación de los horarios de trenes de Reino Unido y, sobre todo, el desarrollo del software de la caja negra del Concorde.
El último sueño de Shirley
Después de romper todos los esquemas del mundo empresarial anglosajón, a Shirley solo le quedaba un sueño por cumplir: hacer partícipes a todos los empleados del éxito de la empresa. Así, en 1993, cedió sus acciones a 70 trabajadores y les convirtió en millonarios casi de la noche a la mañana.
En la actualidad, esta mujer está retirada del mundo empresarial, aunque sigue muy activa en su labor filantrópica. Tiene una fundación que investiga y ayuda a familias con miembros que tienen autismo y sigue dando charlas de motivación por todo el mundo. Toda una visionaria que logró lo que nadie había conseguido hasta ese momento: fundar una empresa inclusiva, flexible y exitosa. Algo que, a día de hoy, todavía muchas empresas no han conseguido.
Imágenes | Wikimedia Commons/Lynn Hart Unsplash.com/CoWomen