El otoño y el invierno serán duros en términos económicos y energéticos. Nos lo han venido advirtiendo los mandatarios en los últimos meses. Ha hablado de que hay que hacer ‘sacrificios’ y de que llega ‘el fin de la abundancia’. Y la inflación tiene buena parte de la culpa. [hde_related]
El presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Jerome Powell, ha recurrido a una expresión algo eufemística, pero entendible en un banquero central que está obligado a transmitir tranquilidad a pesar de todo. Se avecina “un poco de dolor”, ha dicho.
La gran pregunta es cuánto tocará aguantar a las familias y empresas de todo Occidente en los meses que vienen para domeñar la inflación y las incertidumbres energéticas. En otras palabras, ¿cómo de profunda será la recesión que muchos dan por descontada?
Es difícil decirlo. Vamos por partes. Los problemas en las cadenas de suministro que dejó la pandemia, unidos a la guerra en Ucrania y el alza que ha producido ese conflicto en los precios de las materias primas y la energía, han disparado la inflación a niveles no vistos en décadas.
En estos momentos, los precios suben en Europa alrededor de un 10 %. A este aumento también está contribuyendo la caída del euro y la revalorización del dólar, moneda refugio en tiempos complicados. Y ha ayudado el bum de la demanda de productos y servicios por parte de familias y compañías después de dos años en que, por las limitaciones de la COVID-19, nadie había podido gastar lo que quería. Es lo que los expertos llaman ‘demanda embalsada’, que al fin se ha liberado.
Tipos de interés para enfriar la economía
Para cortar de raíz la sangría de la inflación, que devalúa cada día los salarios, encarece la cesta de la compra y la factura del gas y la electricidad, y reduce los márgenes de las empresas, los bancos centrales han empezado a aplicar la receta clásica de las subidas de tipos de interés. El objetivo es enfriar la economía y, poco a poco, aminorar la subida de precios. Lo han hecho tarde porque creyeron que la inflación no iba a ser tan persistente. En cualquier caso, en Europa los tipos ya están al 1,25 %. Y es previsible que suban más en los próximos meses. En Estados Unidos han escalado hasta el 2,50 %.
Lo que nadie quiere es una espiral inflacionista donde la subida de los precios lleve a una de sueldos. Y que eso se traslade a un encarecimiento de los productos y los servicios, lo que volvería a justificar otra vez un alza de los salarios. Sería un proceso sin fin que podría envenenar las relaciones sociales y aumentar hasta lo insoportable el descontento de la población. Un suceso que, por ejemplo, dio lugar al ascenso de Adolf Hitler en la Alemania de entreguerras.
La subida de tipos de interés también tiene contraindicaciones. De entrada, encarece los créditos a empresas y hogares. Las compañías se van a empezar a encontrar con unos gastos financieros más altos a partir de ahora y con restricción del crédito en algunos casos. Por su parte, las familias tendrán que pagar más por las hipotecas (hay 5,5 millones suscritas ahora mismo en España) y por los créditos al consumo. A finales de agosto, una hipoteca media de 150 000 € a un plazo de 25 años con tipo de interés variable se había encarecido más de 100 € al mes. Es solo el comienzo.
¿Cuánto ‘dolor’ soportaremos?
Estos problemas de empresas y familias llevarán a una caída del consumo y a una ralentización de la economía. “Es probable que la reducción de la inflación requiera un periodo sostenido de crecimiento por debajo de la tendencia”, advirtió Powell, el mes pasado.
Y esa ralentización llevará a menos creación de puestos de trabajo e incluso a una subida del desempleo. Esa será una de las manifestaciones del “dolor” que anuncian desde hace meses los analistas y los dirigentes. El consuelo, dicen, es que si no se aplicara la receta de subir el precio del dinero, el sufrimiento producido por la inflación sería mucho mayor y duraría más.
Habrá que ver, pues, cómo aterrizan nuestros dirigentes y los bancos centrales la economía, para embridar la inflación y, al mismo tiempo, no congelar del todo la actividad y evitar un hundimiento del empleo. ¿Hasta qué punto hay que subir los tipos y a qué velocidad? Es la pregunta del millón.
La historia ofrece lecciones tranquilizadoras, pero también episodios preocupantes. A mediados de los noventa, el por aquel entonces el banquero central de Estados Unidos, Alan Greenspan, logró controlar la inflación subiendo el precio del dinero al 6 %. También es verdad que en aquellos tiempos la inflación era la mitad que ahora.
Sin embargo, en los años setenta del siglo pasado, la inflación no se controló en un principio y acabó teniendo consecuencias durante una década. Provocó varias recesiones y mucho ‘dolor’.
Además, hay que tener en cuenta que los banqueros centrales deberán ir aplicando ahora la subida de tipos de interés en un escenario mucho más complicado y volátil que otras veces por la incertidumbre bélica en Ucrania y su impacto en los mercados de energía.
Los efectos de la inflación para las empresas
La inflación es como un ‘impuesto oculto’ o un ‘ladrón silencioso’ para las empresas. No se ve, pero está hasta en el aire que se respira. Las compañías tienen que pagar más por los materiales, las máquinas y los salarios, si la subida de precios se traslada a sueldos. Por no hablar de los costes fijos en electricidad y energía en general. Y de los créditos, que también serán más caros.
Eso llevará a que al final se tengan que resignarse a un menor margen comercial si quieren seguir ofreciendo un producto o servicio competitivo. No hay que olvidar que la inflación encona el mercado y hace que la agresividad suba. El aumento de los precios y la financiación también reducirá la liquidez de las empresas y su capacidad para invertir e innovar.
Por eso, en los tiempos que corren, los gestores deben aplicarse a fondo para minimizar daños. Es decir, tendrán que esmerarse en el control de la gestión y la planificación de acciones. También convendrá que rediseñen la política de precios y busquen valores que justifiquen una subida ante los clientes.
De igual forma, será útil una reestructuración de la deuda y la puesta en marcha de planes de fidelización de consumidores para aguantar el ‘chaparrón’. Al fin y al cabo, después de una década de crédito barato y subida ininterrumpida del consumo, es probable que muchos de estos aspectos se hayan descuidado.
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