Fenómenos como el coronavirus o el cambio climático exigen respuestas globales. Así lo aseguran Javier Andrés y Rafael Doménech, economistas de referencia de este país. En esta entrevista analizan la coyuntura actual, dominada por la pandemia de la COVID-19, pero hablan también de cómo abordar una digitalización inclusiva e igualitaria a nivel nacional, que no deje a nadie por el camino en términos de empleo y oportunidades. Precisamente, para dar respuesta a esta cuestión, Andrés y Doménech acaban de escribir un libro, ‘La era de la disrupción digital‘. [hde_related]
Hay que decir que estos dos catedráticos de la Universidad de Valencia tienen actividad más allá de las aulas. El primero colabora con el Banco de España y es editor del blog ‘Nada es gratis’. Y Doménech es responsable de análisis económico de BBVA Research, el servicio de estudios del banco.
¿Cómo se presentan las cosas en España y en el resto del mundo con la crisis del coronavirus? Las primeras valoraciones de los organismos internacionales son bastante preocupantes.
Rafael Doménech: Pese a las incertidumbres todavía existentes, quedan pocas dudas de que la crisis económica provocada por la COVID-19 será la más intensa desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, en algunos países, desde la Gran Depresión. El confinamiento y el cierre de actividades productivas han provocado una caída del PIB sin precedentes en las economías avanzadas. El deterioro será incluso más intenso en el segundo trimestre.
A partir del tercero tendremos una recuperación gradual. Será asimétrica por sectores y por países, y sujeta a muchas incertidumbres. Incluso suponiendo que no haya rebrotes de la pandemia, es muy probable que sus efectos sean bastante duraderos y que se tarde varios años en volver a los niveles de desempleo anteriores a la crisis.
El progreso y la globalización han cambiado el mundo en los tres últimos siglos. ¿Daremos con la crisis sanitaria un paso atrás? ¿Volveremos durante un tiempo a un mundo más cerrado, de economías más locales y menos abiertas?
Javier Andrés: No necesariamente. En general, las sociedades se van a enfrentar a dilemas y sus respuestas son difíciles de predecir. Tampoco serán las mismas de unos países a otros. Pero a la hora de elegir las respuestas también deberíamos evaluar las alternativas y las implicaciones a largo plazo.
[hde_quote author=»Rafael Doménech» position=»analista de BBVA Research»]La crisis económica provocada por la COVID-19 será la más intensa desde el final de la Segunda Guerra Mundial y en algunos países desde la Gran Depresión[/hde_quote]
Que muchos países asiáticos tras el SARS siguieran apostando por la globalización no impedirá que ahora otras sociedades opten por el proteccionismo, el nacionalismo o por levantar barreras frente al resto del mundo. Es cierto que esta crisis parece poner en cuestión las cadenas globales de producción. Pero lo cierto es que la producción nacional también se paraliza en el caso de una pandemia, como estamos viendo ahora. El reto está en diversificar con acierto y prepararnos para futuras pandemias. Los problemas globales, como la pandemia o el cambio climático, exigen respuestas globales para que sean eficaces.
En su libro ‘La era de la disrupción digital’ analizan las implicaciones económicas y sociales de la revolución digital. Pero, ¿cómo están viendo el papel de las nuevas tecnologías en estos momentos? ¿Se podría decir que sin ellas las cosas habrían sido mucho peores?
Rafael Doménech: Las tecnologías de comunicación y de apoyo a la logística están siendo determinantes en el mantenimiento de la actividad en muchos sectores. Sectores que en otras condiciones se hubieran visto tan afectados como el comercio o la hostelería. Hablo de información, enseñanza, servicios a las empresas, finanzas, administración, comercio online, ocio, gestión y seguimiento de proyectos, etcétera.
Incluso en aquellos países en los que se han empezado a utilizar aplicaciones de geolocalización, trazabilidad y seguimiento, se ha permitido la continuidad de actividades presenciales con ciertas garantías sanitarias. Estos son solo unos ejemplos de cómo el mantenimiento de la actividad y, en buena medida, de las relaciones personales, han sido posibles precisamente gracias tecnologías que solo hace unos años no estaban disponibles.
En los últimos años hemos oído hablar de desempleo tecnológico producido por la implantación masiva de la inteligencia artificial o la robotización. ¿Cómo ven el mercado de trabajo a medio o largo plazo?
Javier Andrés: La historia de las economías de mercado nos dice que este riesgo es remoto. Todas las nuevas oleadas de innovaciones traen consigo profundos cambios estructurales. Se crean y se destruyen empleos, aparecen y desaparecen empresas y mercados. Y hay con frecuencia un impacto geográfico con el auge de algunas ciudades y regiones en detrimento de otras.
[hde_quote author=»Rafael Doménech» position=»analista de BBVA Research»]En los países en los que las nuevas tecnologías han tenido una mayor penetración, los niveles de productividad y sus tasas de empleo son más elevadas[/hde_quote]
Sin embargo, el saldo en cuanto a empleo ha sido siempre positivo. Hoy hay más trabajo que nunca en el mundo y las tasas de desempleo no muestran ninguna tendencia. De hecho, en los países avanzados estas tasas son, en promedios anuales, muy similares a las que se observaban cien años atrás. Incluso si nos ceñimos a las últimas décadas, se observa que los países en los que las nuevas tecnologías han tenido una mayor penetración, tanto en sus sistemas productivos como en el conjunto de la sociedad, los niveles de productividad y sus tasas de empleo son más elevadas.
En su libro aseguran que la tecnología va a cambiar el modo en que producimos bienes y servicios, y también las ocupaciones laborales. ¿De qué manera?
Rafael Doménech: Los ejemplos son muy numerosos. Las formas de negocio cambian, la provisión de muchos servicios es de carácter global. Las empresas que tienen alguna ventaja tecnológica en la producción de estos servicios están aumentando sus cuotas de mercado. Cada vez más observamos una polarización entre las empresas (en tamaño, productividad, etcétera), incluso dentro de cada sector.
El empleo se estanca en aquellas actividades más repetitivas o fácilmente codificables en un algoritmo. Incluso aunque el nivel de formación previa que requieren no sea desdeñable (algunos servicios legales, contabilidad, proceso de datos, producción en cadena…).
[hde_quote author=»Rafael Doménech» position=»analista de BBVA Research»]El empleo se estanca en aquellas actividades más repetitivas o fácilmente codificables en un algoritmo[/hde_quote]
También cambian las relaciones laborales. Por ejemplo, en la gig economy y las plataformas, que abarcan desde servicios muy básicos hasta otros que requieren un elevado nivel de formación. Ahí la relación laboral ya no se ajusta a la forma tradicional de contrato laboral indefinido de trabajadores sujetos a un convenio específico y trabajando en tareas similares. Estos trabajos tienen también una organización diferente y unos niveles de cobertura social distintos a los tradicionales.
En las últimas décadas hemos asistido a hitos como el comercio electrónico o la entrada de la inteligencia artificial en los procesos de negocio. Sin embargo, no se ha registrado un incremento de la productividad. ¿Por qué?
Javier Andrés: En el libro discutimos algunas interpretaciones de esta evidencia, que ciertamente resulta paradójica. Es muy aventurado dar una explicación sencilla para este fenómeno, dado el poco tiempo transcurrido con esta revolución digital. Sin embargo, hay algunas razones por las que es posible que el indudable efecto de este avance tecnológico no se recoja en los datos del PIB.
Primero, podemos estar ante un problema de medida de muchos servicios. ¿Cómo medir los bienes y servicios producidos a coste marginal casi cero? ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por seguir utilizando, por ejemplo, Google, Facebook, Booking o Waze? Hay innovaciones médicas, producción doméstica y otros servicios que no se reflejan en el PIB y aumentan nuestro bienestar.
[hde_quote author=»Javier Andrés» position=»catedrático de la Universidad de Valencia»] Cabe la posibilidad de que ya haya pasado el tiempo de las grandes innovaciones tecnológicas de gran impacto sobre el crecimiento potencial [/hde_quote]
Segundo, otra posibilidad es que estemos solo en las etapas iniciales y aún no hayamos visto todo el potencial de la revolución digital. O que las grandes innovaciones estén por llegar y que sea necesario que se desplieguen transversalmente como tecnologías de propósito general en todos los ámbitos productivos.
Pero también cabe la posibilidad, como piensan otros expertos, de que ya haya pasado el tiempo de las grandes innovaciones tecnológicas de gran impacto sobre el crecimiento potencial. Y que la innovación tenga rendimientos decrecientes: para seguir innovando con resultados similares a los de hace un siglo ahora es necesaria mucha más inversión en I+D+i.
¿Qué diferencia a esta revolución digital en la que estamos inmersos de las revoluciones industriales anteriores?
Rafael Doménech: En primer lugar, es la primera que es capaz de sustituir el trabajo no manual o físico por actividades rutinarias. Segundo, tiene mayor rapidez de difusión y generalización que las revoluciones industriales anteriores. Tercero, es multipolar y abarca muchos ámbitos y sectores: robots, datos, inteligencia artificial, nuevos materiales, biomedicina o nanotecnología.
Cuarto, la difusión de estas innovaciones no es top-down, sino más granular, y se está generalizando a todos los ámbitos económicos y sociales. Por último, altera modelos de negocio con costes marginales de producción casi nulos.
Ustedes dicen en su libro que la innovación tecnológica altera los mecanismos de distribución de la riqueza. ¿De qué depende que el progreso tecnológico ayude al bienestar de las personas y a la reducción de la desigualdad?
Javier Andrés: La primera revolución industrial sustituyó al artesanado. Y las revoluciones posteriores redujeron sustancialmente el peso de la agricultura, la minería, etcétera. Después le tocó el turno a la industria, cuyo peso en el total del PIB se redujo en favor del auge de los servicios.
Todos estos cambios tuvieron su impacto en la distribución de la renta y la riqueza entre quienes salían ganando y perdiendo con ellos. El estado del bienestar tuvo en la segunda mitad del siglo XX un papel esencial en la contención de estas desigualdades en los países desarrollados, que vieron aumentar su riqueza y cómo esta se distribuía cada vez mejor entre los ciudadanos. Incluso las diferencias entre países se han reducido notablemente en los últimos 50 años.
[hde_quote author=»Javier Andrés» position=»catedrático de la Universidad de Valencia»]La revolución digital tiene el potencial de tener efectos muy desiguales entre trabajadores, empresas y países[/hde_quote]
Los cambios que la revolución digital traerá consigo tienen el potencial de tener efectos muy desiguales entre trabajadores, empresas y países. Unas ocupaciones crecerán (ya lo están haciendo) en detrimento de otras. Y los empleados en estas últimas tendrán que optar entre adquirir la nueva formación necesaria para acceder a empleos con mayor exigencia de capacidades o buscar acomodo entre sectores en los que el desarrollo tecnológico tenga poca capacidad de sustitución (por ejemplo, los servicios personales).
¿Cómo avanza la revolución digital en España? Algunos sostienen que este país está perdiendo el tren frente a los países avanzados y frente a muchos emergentes, y que lo vamos a pagar en un futuro no muy lejano.
Rafael Doménech: Con luces y sombras. A diferencia de otras revoluciones industriales, estamos mejor colocados en sus etapas iniciales. Y no nos estamos descolgando respecto a otros países. De acuerdo con las estadísticas que ofrece la Comisión Europea en su Índice de Economía y Sociedad Digital (DESI), España está ligeramente por encima de la media europea.
Esto es así, por ejemplo, en infraestructuras digitales y conexiones, donde somos líderes europeos en banda ancha. Se ha visto muy claramente en las semanas de confinamiento como consecuencia de la COVID-19.
[hde_quote author=»Rafael Doménech» position=»analista de BBVA Research»]Uno de los mayores retos que tenemos en España a largo plazo es dotar de habilidades a las personas para hacer frente a la transformación digital[/hde_quote]
Pero en otras dimensiones estamos por debajo. La más preocupante es la que se refiere a las habilidades y capacidades de las personas para hacer frente a la transformación digital, como consecuencia del menor nivel de capital humano de la población. Este es uno de nuestros mayores retos como sociedad a largo plazo.
Ustedes sostienen que no hay nada inexorable cuando se habla de revoluciones tecnológicas. Y que al final sus resultados en términos de igualdad y bienestar social dependerán de nuestras decisiones y de los políticos y responsables económicos. ¿De qué decisiones hablan y cuándo hay que tomarlas?
Javier Andrés: Así es. Por el momento estamos viendo que muchos de los países más avanzados en la transformación digital presentan tasas de desempleo y niveles de desigualdad menores. El desempleo y la desigualdad dependen mucho más de decisiones y políticas sobre cómo organizar la sociedad, cómo asegurar la igualdad de oportunidades, cómo regular el mercado de trabajo para aumentar su eficiencia y equidad o cómo asegurar la competencia en los mercados de bienes y productos.
[hde_quote author=»Javier Andrés» position=»catedrático de la Universidad de Valencia»]El desempleo y la desigualdad dependen mucho más de la política que de la digitalización[/hde_quote]
El papel de los gobiernos y de los responsables económicos es fundamental en todo ello. La clave es que la sociedad adopte medidas que tengan como objetivos conseguir tasas de empleo y niveles de productividad elevados, con una desigualdad reducida.
En el libro plantean la necesidad de firmar “un nuevo contrato social” para un siglo XXI, ahora dominado por debates sobre la pandemia o el cambio climático. ¿En qué consistirá ese contrato?
Rafael Doménech: A la revolución industrial 4.0 le corresponde un estado de bienestar 4.0 acorde a las nuevas necesidades sociales. Y que ponga el énfasis en la igualdad de oportunidades. Y también en la mejora del capital humano y de habilidades y capacidades complementarias con la automatización, robotización e inteligencia artificial.
Así como en las regulaciones laborales de las nuevas formas de trabajo y las políticas de empleo, contratación y remuneración. O en las regulaciones de los mercados de bienes y servicios para evitar situaciones en las que algunas empresas tienen un excesivo poder de mercado. Y en políticas redistributivas mucho más eficientes.
Para todo ello debemos utilizar las nuevas tecnologías de manera intensiva. Para mejorar la eficiencia de las políticas, tanto en su implementación como en su evaluación. Y con un sector público que lidere la transformación digital. La clave es evitar el rechazo social a la revolución digital y aprovechar sus oportunidades.
Imágenes | Editorial Deusto, Rafael Doménech, Javier Andrés