En 2011, un ingeniero japonés de la empresa Nanya se desplomó sobre su mesa de trabajo. Había estado trabajando entre 16 y 19 horas diarias durante semanas. No era un caso aislado, ni el primero, pero la palabra karoshi, literalmente “muerte por exceso de trabajo”, se popularizó en España.
Más tarde vendrían otras más suaves como workaholic (adictos al trabajo), relacionadas con conductas que a muchos nos son extrañas. Aunque no es frecuente, tampoco es raro que se desarrolle cierta comportamiento adictivo relacionado con el trabajo. Sus consecuencias son muy graves. [hde_related]
¿Podemos ser adictos al trabajo?
De tanto en tanto, los fallecimientos por estrés laboral saltan a los informativos. La palabra karoshi aparece en grandes rótulos relacionada con jornadas maratonianas y turnos triples. Sin embargo, rara vez se identifican adecuadamente los factores. Por ejemplo, casi nunca tienen que ver con la presión laboral de una empresa y sí con las adicciones.
En 2013, el profesor de la Universidad de Chicago Chris Hsee realizó un experimento muy interesante sobre la adicción laboral. A un grupo de estudiantes se les daba dos opciones: escuchar música agradable o aguantar sonidos molestos. Lo segundo tenía el premio de una chocolatina, un tipo de ‘salario’ por el ‘trabajo’ de escuchar.
Los estudiantes ganaron de media unas 10 chocolatinas, pero llamaba la atención que solo se comieran cuatro cada uno. De nuevo, de media. ¿Por qué soportaban más sonidos molestos si ya no tenían más hambre? El experimento concluyó demostrando que, una vez inmersos en la rutina de ganar chocolatinas, algunos estudiantes no podían parar.
Perdían la noción del tiempo e incluso desarrollaban comportamientos similares a la ludopatía. Incluso cuando el sonido se volvía doloroso o bajaban las chocolatinas por ruido, los estudiantes seguían acumulándolas. Se habían convertido en adictos, pero no al chocolate, sino al sistema de premios y recompensas del experimento.
En otro experimento posterior, Hsee demostró que desconocer el premio hacía que los estudiantes desarrollaran la adicción al trabajo mucho antes y de forma más arraigada. De modo que no solo podemos ser adictos al trabajo, sino que las actividades de futuro incierto, como la emprendeduría, constituyen focos de riesgo si no sabemos cuándo parar. En el límite se encuentra la muerte por exceso laboral, algo raro pero a tener en cuenta.
Los trabajadores de ‘cuello blanco’ japoneses, los más propensos a sufrir karoshi
Un estudio de 2009 de la Universidad de Toronto llamó la atención sobre cómo la adicción laboral hacía mella especialmente en los managers o responsables. Es decir, en los mandos intermedios, y no en los trabajadores que se sitúan abajo en la jerarquía organizativa.
Parece contraintuitivo que aquellas personas que menos necesitan trabajar sean precisamente quienes más fallezcan por karoshi, pero es así. Si escuchamos que un trabajador fallece en su puesto laboral, rápidamente lo asociamos a la explotación laboral. Esto es cierto en algunos casos, pero generalmente hablamos de un nivel de autoexigencia y adicción tal que la salud personal pasa a un segundo plano.
En 2006, el profesor Ronald J. Burke de la Universidad de Nueva York publicaba el libro ‘Research Companion to Working Time and Work Addiction’ en el que ponía el foco en la sociedad japonesa de posguerra. Al parecer esta sociedad plantaba comportamientos adictivos a todo tipo de sustancias y conductas, y el trabajo entraba en esta última.
Las consecuencias para nuestro organismo de ser workaholics
El profesor Cary Cooper, experto en estrés laboral en la Escuela de Negocios de la Universidad de Lancaster, menciona con frecuencia que trabajar durante muchas horas “dañará tu salud, física y psicológicamente”. Y también en más de una ocasión ha mencionado a los japoneses como una sociedad de adictos al trabajo.
Algo nada saludable debido al grado de sedentarismo. Los trabajadores de ‘cuello blanco’ son trabajadores de oficina, permanentemente sentados. De ahí que se fomente entre ellos el deporte y la vida sana en las empresas. No solo por productividad, que aumenta con trabajadores sanos. También por factores menos visibles que tienen que ver con nuestra calidad de vida.
Del estudio de la Universidad de Toronto mencionado arriba se desprendía que aquellos trabajadores más adictos al trabajo se volvían más obsesivos en su comportamiento, tenían índices menores de satisfacción laboral y menores niveles de bienestar psicológico.
Incluso había cambiado su visión de ver el mundo a una de tipo “dog-eat-dog”. Esta expresión sintetiza que el éxito personal está por encima del bienestar de las personas que nos rodean: otros empleados, compañeros e incluso familiares en casos más llamativos.
En el plano físico, las consecuencias del exceso de trabajo son muy conocidas. Obesidad, inflamación de las arterias, enfermedades cardiovasculares, derrames…
La adicción al trabajo que genera en última instancia el karoshi actúa mediante muchos mecanismos diferentes en función de la persona y tipo de trabajo. Pero la consecuencia última es bien conocida, de ahí que sea recomendable buscar ayuda especializada.
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