Borrón y cuenta nueva. El coronavirus supone un replanteamiento global en toda la industria.
También para la moda, en la que el modelo fast fashion podría dar paso a tendencias mucho más sostenibles.
El cierre de comercios y la paralización de los procesos de producción durante la cuarentena se tradujeron en una caída en las ventas de casi el 70% . Ahora, la inminente crisis económica podría suponer el cierre de más del 30% de los negocios de moda. La renovación es necesaria.
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Moda antes y después del coronavirus
Ya hemos hablado de qué es la fast fashion. Esta se basa en la superproducción constante de más prendas de ropa que saturan pasarelas y tiendas. Y que tratan de hacerse eco de nuevas tendencias que, rápidamente, dejan de serlo. Productos perecederos que provocan gratificación inmediata pero efímera.
Para satisfacer esta necesidad urgente, las empresas lanzan productos de escasa calidad, que se pueden vender a un precio menor. Como consecuencia, la industria de la moda es una de la más contaminantes para el planeta. Es responsable del 8% de los gases de efecto invernadero que se elevan a la atmósfera y del 20% del desperdicio de agua en nuestro planeta.
En contraposición, el fenómeno slow fashion pretende desbancar al consumo masivo de prendas. Aboga por una producción sostenible que, por un lado, respete al medioambiente, atendiendo a factores como el consumo de carbono, los productos químicos y el aprovechamiento de los insumos materiales. Y, por otra parte, también se ocupa de cuestiones sociales, como las condiciones laborales, sanitarias y económicas de los trabajadores.
Ahora, esta tendencia podría despegar definitivamente. Las empresas necesitan reducir gastos superfluos y optimizar su capital de trabajo. Por ello, grandes figuras de la moda hablan ya de un nuevo modelo de negocio que ponga en valor al producto de calidad, fruto de un proceso de creación consciente y perdurable.
Los grandes nombres dan el paso
Paradójicamente, el impacto económico que la moda va a sufrir a causa del coronavirus podría ser la gran oportunidad para cambiar tendencias que impulsan la fast fashion, como, por ejemplo, el aluvión de colecciones anuales y la venta de productos no estacionales.
En ocasiones, los diseñadores se han quejado del ritmo frenético en el que viven por la urgencia de lanzar más novedades que impacten en un consumidor voraz. Y que lleva a presentar, sin ir más lejos, colecciones estivales en los meses de invierno. ¿Es posible volver a crear productos de calidad y atemporales que sigan siendo tendencia con el paso de los años?
Armani es una de las firmas que ha alzado la voz con más fuerza. La compañía ha anunciado que abandona el calendario ‘oficial’ de cinco desfiles anuales y apostará por una única colección. En una carta abierta publicada en abril en ‘WWD’ conmocionó al mundo de la alta costura al afirmar que la moda vive un declive producido por la fast fashion y sus ciclos continuos de entrega. “Yo no quiero trabajar así, es inmoral”, sentenció su fundador, el diseñador Giorgio Armani.
Otras de las marcas que replanteará su estrategia es Saint-Laurent (YSL). Los franceses anunciaron en abril que cancelan su presencia en las pasarelas de 2020. Ellos mismos decidirán en qué momento presentarán sus prendas, sin atender a calendarios externos. En el comunicado oficial explicaron que “la firma marcará su propio ritmo, legitimando con ello el valor del tiempo y conectándose con gente de todo el mundo”.
Las marcas se están rebelando contra un modelo mercantil del que se sentían prisioneras. El director creativo de Gucci, Alessandro Michele, también ha sido firme: “Abandonaré el ritual agotado de las temporadas y los desfiles para recobrar una nueva cadencia, más próxima a mi vocación expresiva”. Al igual que sus compañeros, se aleja del ciclo oficial de temporadas, por “rancias y desnutridas”. Solo hará dos desfiles por año, un reto que, según dice, le permitirá mezclar las reglas y actuar de forma libre.
En España, Adolfo Domínguez ya anunció, en febrero, un cambio de ciclo. Su campaña #RopaVieja muestra prendas del diseñador con más de 20 años de antigüedad, cedidas por clientes para que la firma les dé otro aire. Tiziana Domínguez, hija de Adolfo y directora creativa del grupo, lo explicaba así: “Nuestras colecciones priman las prendas pensadas para durar, por estilo y por calidad. Las tendencias las adaptamos a nuestro estilo”.
Más nombres como Versace, Chanel, Missoni, Officine Generale y MSGM se han manifestado, de igual forma, a favor de una evolución en las reglas empresariales de la moda.
Relocalización, nuevo concepto
Otra de las tendencias en relación a la moda y el coronavirus será la relocalización. La crisis de la COVID-19 paralizó el trabajo de las cadenas de suministro y los grupos que dependen del mercado asiático sufrieron el parón productivo.
Así que ahora, y en previsión de futuros rebrotes, muchas marcas se están planteando relocalizar sus proveedores y situarlos en lugares más cercanos. O, al menos, diversificar su producción en distintos países. Las empresas buscan la flexibilidad que no han tenido durante estos meses, debido a su dependencia del Sudeste Asiático.
Los nuevos destinos productivos serían Marruecos, Turquía y Europa del Este, por su cercanía y sus bajos precios; e incluso España y Portugal, con una gran experiencia en el sector textil. El presidente de la patronal Acotex, Eduardo Zamácola, es contundente en este aspecto: “Es la gota que colma el vaso para relocalizar (…) hay que tener más cintura, los procesos giran hacia una mayor relocalización».
Mango, por ejemplo, ya ha anunciado que estudiará acercar algunas de sus fábricas, y Europa del Este podría ser su destino principal. El propósito es evitar las incertidumbres que el mercado vive en estos momentos.
Y es que el mundo de la moda está al borde de una revolución que el coronavirus ha catalizado.
Imágenes | Cam Morin, Amanda Vick, Arturo Rey on Unsplash, Adolfo Domínguez