Haciendo una analogía con un ejemplo cotidiano, una API podría ser el enchufe de nuestra casa y el servicio la electricidad que nos proporciona la empresa distribuidora. Lo bueno de la tecnología digital es que cualquiera puede soñar con poner un enchufe de esos en el mercado y que éste sea ampliamente adoptado.
Una de las grandes revoluciones recientes de la tecnología informática es la gestión de los datos en la nube. Son miles de herramientas y funcionalidades que accedemos vía navegador web: desde soluciones de ofimática e intranet hasta el almacenamiento y transferencia de imágenes y vídeos de catálogos de productos y webminars de formación; y por supuesto, todo tipo de apps y servicios específicos a los que tan bien nos hemos acostumbrado.
Las empresas que disponen de equipos de desarrollo propios trabajan en sincronizar sus infraestructuras de sistemas con los diferentes proveedores de servicios (Amazon, Google, Microsoft, IBM, Facebook, Twitter, Dropbox, Paypal, eBay, Netflix, Fitbit…), si bien cada vez más estandarizados y compatibles.
En este universo, las APIs (Application Programming Interfaces) son las piezas clave de código que permiten esa compatibilidad y coexistencia para que todo funcione. En algunos casos, especialmente cuando se tratan de servicios web, una API es sencillamente el facilitador para que los usuarios remotos puedan consumir los servicios de un determinado proveedor.
No hay que confundir una API con una app ni con un algoritmo, pero el secreto del éxito de muchas aplicaciones para móviles está en el mash-up o combinación de diferentes APIs para dar un nuevo contenido, una funcionalidad enriquecida o un servicio de valor añadido al usuario final. Al ser componentes públicos y en la mayoría de los casos de libre uso, solo es cuestión de imaginación y un poco de pericia para encontrar la piedra filosofal.
En la actualidad, hay una media de dos dispositivos conectados a Internet por persona, pero en 2020 se prevé que el número se duplique superando los cuatro por habitante del planeta, con todo tipo de “smarts” a su alcance: teléfonos, relojes, gafas, televisores, coches, tabletas, neveras, bombillas… Todos estos dispositivos inteligentes consumen APIs. Por muy gratuitas que sean, sólo por ese tráfico entre millones de dispositivos ya se genera de una manera u otra una fuente de ingresos, o de influencia, inmensa.
El negocio de las APIs
Si bien las APIs llevan entre nosotros muchos años, ha sido en los últimos tiempos cuando el concepto de API Economy se ha puesto de moda para acelerar procesos de innovación y de transformación digital, pues no en balde son un perfecto mecanismo facilitador que permite a las empresas lanzar nuevas iniciativas y proyectos de manera ágil, eficiente y a un coste controlado debido a su puesta en común en la comunidad de desarrolladores y su esencia reutilizable.
El siguiente paso en esta economía de las APIs es tener una estrategia de control. Los productos de API Management y en general la gestión de APIs están cobrando también cada vez más importancia en las arquitecturas software modernas basadas en microservicios y contenedores, y es rara la organización que a día de hoy no tenga en su hoja de ruta IT la implantación de un sistema bajo este propósito, ya sea por estrategia tecnológica, por cubrir y extender su propiedad intelectual, por notoriedad y reputación de marca, para financiar desarrollos futuros, e incluso como fuente de ingresos recurrentes, vía publicidad y adwords, o como prescriptor en posición dominante de un mercado específico.
En un ecosistema de APIs cada vez más multitudinario, algunas consiguen destacar por su utilidad y rentabilidad, de tal manera que sus empresas y start-ups creadoras han logrado que se fijen en ellas logrando que se esté dispuesto a pagar por su uso en plan “API-as-a-Service”. Ello es porque, integradas en otros servicios y aplicaciones, generan un nuevo valor.
Las start-ups nacidas para Internet son las primeras generadoras y consumidores de APIs. Están en su ADN. Realmente no se puede establecer un coste unitario: producirlas es barato, solo hay que escribir unas pocas líneas de código; pero como las ideas, lo difícil es encontrar una que rompa el mercado. Por ejemplo, en un entorno fintech, mejorar la usabilidad de los medios de pagos online, la experiencia de registro de usuarios, las estrategias de marketing o el conocimiento de los clientes para cruzar otros datos, generar up-sellings o cross-sellings.
Cada proyecto emprendedor puede tener su propio toque según el contexto de negocio, pero es fundamental contar con un API Management System que vele desde el principio por el correcto cumplimiento de todos los pasos en el proceso de publicar, promocionar y supervisar sus APIs en un entorno seguro y escalable.
Cuatro motivos para contar con una API
Está claro que las APIs aportan innumerables beneficios y se pueden utilizar en infinidad de escenarios, permitiendo a las pequeñas empresas crecer de forma más rápida y eficiente.
- Mejoran y facilitan la integración. A nivel interno, reducen la complejidad de integración entre el backend y las aplicaciones, permitiendo evolucionar y reorganizar las interrelaciones en función de las necesidades de cada momento, con mayores niveles de eficiencia y reducción de los costes de desarrollo. A nivel externo de integración con terceros, las APIs fomentan la colaboración con el ecosistema y sus actores.
- Aceleran el proceso de captación de nuevos socios. Las APIs pueden servir como mecanismo para ampliar el alcance y presencia en el mercado y, por qué no, también para fidelizar y aportar más valor a nuestros socios.
- Generan nuevas fuentes de ingresos. Las APIs pueden convertirse en una herramienta para generar nuevos ingresos ya que permiten acelerar la puesta en marcha de nuevos modelos de negocio, de nuevos productos digitales y de nuevos canales desde los que incrementar los ingresos.
- Potencian la innovación abierta. Las APIs exponen de forma segura y controlada un conjunto de activos digitales que generan a su vez sinergias para complementar otros servicios o productos de terceros, facilitando su prototipado y puesta en producción.
Por Javier Renovell