Es impensable que un piloto se ponga a los mandos de un avión de pasajeros sin antes haber pasado miles de horas en un simulador. En el campo de pruebas, el futuro comandante se somete a una imitación fidedigna de los imprevistos, crisis y errores humanos que pueden surgir en cualquier vuelo, de modo que pueda solventarlos sin problemas cuando varias decenas de vidas dependan de su temple. En el mundo de la empresa, el concepto del sandbox responde al mismo planteamiento: experimentar con gaseosa antes de pedir pista.
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¿Qué es el sandbox?
Innovar es una tarea ardua y, sobre todo, arriesgada. La andadura de una idea productiva está sujeta a un sinfín de condiciones y eventualidades que no se pueden controlar; y además es imposible saber con certeza cómo reaccionará el mercado. Lo que sí se puede hacer es simular en un entorno controlado el proyecto innovativo, de cara a su posible implantación.
Tal es el cometido del sandbox -literalmente ‘caja de arena-’, espacios de pruebas para nuevos productos que sirven como test previo a su regulación y comercialización. Este concepto procede de la informática, pero hoy hablaremos de la vertiente vinculada a los servicios financieros digitales o fintech, área en la que el sandbox es especialmente relevante.
¿Para qué sirven el sandbox?
La principal función de estos entornos de pruebas es ahorrarle a las empresas sorpresas normativas que puedan fulminar proyectos carísimos. Emplearemos un sencillo ejemplo para subrayar su utilidad.
Supongamos que una empresa idea y patenta un dispositivo de huella digital con el que se pueden realizar compras. Después de un exitoso lanzamiento, comienzan a detectarse una gran cantidad de fraudes relacionados con la replicación de las huellas, por lo que la Unión Europea toma cartas en el asunto dando luz verde a una nueva directiva de seguridad en los pagos. Durante el proceso de transposición de esta al ordenamiento jurídico interno, la normativa exige la inmediata paralización del sistema, dejando a la compañía con miles de unidades en stock a las que no puede dar salida. ¿El resultado? La quiebra, naturalmente.
Ahora, retrocedamos a la casilla inicial e imaginemos que, en lugar de lanzar directamente el producto al mercado, la empresa propietaria hubiera dispuesto de un sandbox orientado a evaluar de forma práctica el impacto del invento. Los pagos mediante huella digital hubiesen podido realizarse de forma controlada y con las debidas restricciones, bajo la supervisión del Banco de España. Los posibles canales de fraude o abuso habrían sido registrados y analizados, y transcurridos unos meses el producto podría dar el paso hacia la comercialización masiva de forma segura.
Al margen del testeo regulatorio, durante la etapa sandbox el proyecto se enriquece con la experiencia de una exposición -limitada- a la realidad de su sector, lo que multiplica sus posibilidades de éxito. Una red de seguridad para aquellos emprendedores fintech y startups cuya escasez de medios y pequeño tamaño les hace poco resistentes.
El sandbox en la ley de startups
A propósito de las startups, la Ley 28/2022 de fomento del ecosistema de las empresas emergentes también regula los entornos controlados de prueba.
La norma, de reciente aprobación, solidifica el impulso público al sandbox regulatorio dirigido a probar las innovaciones de las empresas emergentes. En concreto, las startups podrán solicitar a la autoridad administrativa de su sector una licencia de prueba temporal de un año de duración (art. 15).
Asimismo, la ley determina que los poderes públicos promoverán la creación de entornos controlados, por períodos limitados de tiempo, para evaluar la utilidad, la viabilidad y el impacto de innovaciones tecnológicas aplicadas a nuevos bienes o servicios (art. 16).
Por José Sánchez Mendoza
Imágenes | Eugene Lim en Unsplash