Compramos plásticos ‘verdes’, verduras orgánicas y procesados respetuosos con el entorno. Y aun así, ¿podemos estar seguros de que son sostenibles?
Certificar la sostenibilidad de actividades y productos ha resultado, por ahora, más difícil de lo que se preveía. Algunos de los adjetivos ‘verdes’ no son más que una capa de marketing eco. Y entre los más de 450 certificados ‘verdes’ que existen en todo el mundo, muchos están expedidos por las mismas empresas que fabrican los productos. Sin embargo, en medio de todo este aparente caos, los consumidores hemos aprendido a confiar en algunos sellos más que en otros.
La World Sustainability Organization (WSO) es una de esas organizaciones certificadoras que se ha ganado el respeto de los consumidores y de la industria alimentaria. Ha logrado hacerse un hueco entre aquellas empresas que necesitan un sello de sostenibilidad creíble. Su historia se remonta a la protección de los delfines contra la pesca atunera en los años noventa. Hoy, más de 1000 organizaciones de 70 países apuestan por sus certificados.
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Las lecciones de una red de deriva
Flotan, invisibles, cerca de la superficie del océano. Se extienden por decenas de kilómetros. Viajan sin rumbo, impulsadas por las corrientes marinas y el viento. En su vagar, capturan todo lo que se cruza en su camino. Las llamadas redes de deriva están hoy prohibidas en muchos países y su uso en aguas internacionales está vetado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 1992. Sin embargo, no hace demasiado tiempo, esta era una práctica habitual en la industria pesquera.
“Hoy en día todavía hay flotas que utilizan redes de deriva de alta mar, un método de pesca muy poco selectivo, que enreda y mata a mamíferos marinos, tiburones y tortugas. También las hay que capturan atunes colocando redes sobre delfines y matando a miles de ellos por año”, explica Paolo Bray, fundador de WSO. “Por desgracia, muchos de estos productos siguen ingresando legalmente al mercado europeo y español”.
La preocupación de Bray por la sostenibilidad de la pesca empezó, de hecho, con los delfines. Cuando el término sostenible no era algo tan extendido como hoy, en 1991, lanzó el sello ‘Dolphin Safe’, que certificaba el atún pescado con técnicas respetuosas con el resto de vida marina. Hoy, más del 90 % de la industria atunera cuenta con este sello y ‘Dolphin Safe’ ha crecido hasta convertirse en WSO y dos grandes certificados: ‘Friend of the sea’ y ‘Friend of the earth’.
“‘Dolphin Safe’ comenzó en un momento en que la sostenibilidad aún no se usaba en el ámbito de los productos del mar y las campañas de conservación se centraban en proteger especies icónicas, como ballenas, focas y delfines. Sin embargo, motivó a la industria pesquera a comenzar a verificar el impacto del origen de sus productos. Hoy, llevamos a cabo más de 700 auditorías de la flota atunera al año”, señala Bray.
“Los resultados logrados por este proyecto, que salvó a millones de delfines de las redes de pesca de atún, también me hicieron darme cuenta de cómo las certificaciones podrían ser una herramienta muy importante para lograr resultados tangibles de conservación. Por eso, en 2008 decidí poner en marcha ‘Friend of the sea’ y, en 2018, lanzamos la certificación ‘Friend of the earth’ de productos de agricultura y ganadería sostenibles”, añade el fundador de WSO.
Tecnología y trabajo para cimentar la confianza
Si seguimos produciendo y consumiendo como lo hacemos hoy en día, a mediados de siglo necesitaremos los recursos de tres planetas para poder mantener nuestro estilo de vida. Eso sin contar el más que posible desarrollo de algunas economías que hoy tienen niveles de consumo muy alejados de los de Occidente. Las estimaciones de la ONU apuntan todas en la misma dirección: hay que echar el freno.
Los consumidores son cada vez más conscientes de ello y demandan poder comprar productos sostenibles. Sin embargo, garantizar la sostenibilidad no es siempre sencillo y hay demasiados intereses en juego. “La WSO ha impedido la participación de la industria alimentaria en su toma de decisiones. Sin embargo, existen esquemas de certificación que cuentan con una fuerte participación de las mismas empresas alimentarias que certifican”, señala Bray. “Las certificaciones independientes son más confiables y, a largo plazo, se ganarán la confianza de los consumidores”.
Las auditorías de ‘Friend of the sea’ y ‘Friend of the earth’ las llevan a cabo organismos de certificación independientes. Son auditores como SGS, Control Union, DNV, Rina, London Associati, Bambers y Bruce, acreditados por las autoridades nacionales de certificación. El proceso analiza todos los productos desde el origen hasta el final de la cadena de producción, estudiando en cada paso que no se incumplen los criterios de sostenibilidad.
“Por ejemplo, para los productos del mar capturados en el medio salvaje, el auditor verificará in situ y a través de la literatura científica disponible que la pesquería está bien gestionada y no tiene como objetivo poblaciones sobreexplotadas. Así como que se lleva a cabo mediante artes de pesca selectivas que no impacten en el fondo marino, ni en especies amenazadas. Además, nuestros estándares incluyen requisitos de responsabilidad social y algunos de eficiencia energética, gestión de residuos y agua”, detalla el fundador de WSO.
Para mantener el sello, las empresas deben someterse a una auditoría anual en la que cada vez se utilizan más elementos tecnológicos, como datos satelitales y sistemas de videovigilancia a bordo. “Además, debido a la COVID-19, hemos implementado un sistema de realidad aumentada que nos permite hacer las auditorías de forma remota, grabarlo todo en vídeo y guardarlo en un sistema de blockchain”, añade Bray.
El gran reto es utilizar todo este trabajo para tratar de mantener la credibilidad en un sector en el que abundan las autocertificaciones y el greenwashing. “A diferencia de la certificación orgánica, las declaraciones de sostenibilidad no están reguladas por ley en la mayoría de los países. Cualquier empresa puede hacer afirmaciones de sostenibilidad sobre sus propios productos, sin esperar quejas de ningún tipo ni verificaciones”, subraya el fundador de WSO.
De acuerdo con el último informe de WSO (prepandemia), ‘Friend of the sea’ es la mayor fuente de certificación de pesca silvestre sostenible a nivel mundial. Verifica el estado de 170 especies, 58 flotas y pesquerías, 150 empresas de acuicultura y más de 3500 productos. Es, además, una compañía sostenible en el ámbito económico. En 2018, ‘Friend of the sea’ ingresó 1,34 millones de euros, más que suficientes para cubrir los costes totales de 1,29 millones. Además, cerca del 25 % de su presupuesto se destina a proyectos y campañas de conservación.
La oportunidad de buscar la sostenibilidad
Trasladar la sostenibilidad a la cuenta de resultados es complicado, casi imposible. Los retornos se miden en términos de imagen y compromiso de clientes, trabajadores, accionistas y demás personas y entidades que se relacionan con la empresa. “Es muy difícil estimar en términos monetarios la ventaja real de las certificaciones de sostenibilidad”, reconoce Bray.
Sin embargo, quizá la pregunta es si podemos darnos la opción de no ser sostenibles. De acuerdo con el fundador de WSO, la actividad pesquera tiene un gran impacto en el océano, tanto en las especies como en los hábitats del lecho marino. Las embarcaciones son cada vez más rápidas y tienen mayor capacidad de perturbar la vida de algunas especies, en particular, de los cetáceos. De hecho, según algunas estimaciones, cerca de 20 000 ballenas mueren cada año por colisiones directas con barcos.
Algo similar ocurre con la agricultura y la ganadería, donde, según Bray, las emisiones de gases de efecto invernadero como el CO₂ y el metano son solo una parte de la película. El daño a los hábitats previos a los cultivos, la baja eficiencia de ciertos métodos de trabajo y el impacto de los productos fitosanitarios en las especies salvajes son algunos de los daños más evidentes.
“La solución en ambos casos tiene que basarse en las nuevas tecnologías, utilizadas de forma controlada, y con la participación de las comunidades locales. Por ejemplo, la hidroponía y la agricultura de precisión son buenas muestras de nuevas tecnologías que reducen el impacto y aumentan la eficiencia”, añade Bray.
“La agricultura y la pesca deben ser ambientalmente sostenibles para ser económicamente sostenibles. Además, los consumidores esperan que un producto se origine a partir de una producción ambiental y socialmente responsable”, concluye. “Hay varios ejemplos de pesquerías que han causado el colapso de las poblaciones a las que se dirigían y, por lo tanto, el cierre de la pesquería en sí. Una actividad agrícola que no mantiene los nutrientes en el suelo o que causa su degradación no puede mantenerse en el tiempo. Alcanzar la sostenibilidad nunca es un proceso fácil y directo, pero es necesario y es el único que puede tener sentido a largo plazo”.
Imágenes | Unsplash/Rudney Uezu, Knut Troim, Friend of the sea