No es lo que la smart city puede hacer por ti, es lo que tú puedes hacer por ella

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España tiene, en estos momentos, 65 ciudades que quieren y luchan por ser consideradas municipios inteligentes o smart cities. Todas ellas forman parte de RECI, la Red Española de Ciudades Inteligentes.

En esta especie de red de networking se intercambian experiencias y las urbes trabajan conjuntamente para desarrollar un modelo de gestión sostenible y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, incidiendo en aspectos como el ahorro energético, la movilidad sostenible, la Administración electrónica, la atención a las personas o la seguridad.

 

La tecnología, clave detrás de cada smart city

Para ser consideradas inteligentes, las ciudades deben estar conectadas a Internet a través de sensores repartidos por todos sus puntos (residuos, parques, circulación, urbanismo, iluminación…). Estos sensores serán los encargados de ofrecer datos e información con los que poder mejorar  todos y cada uno de sus aspectos, tanto de forma individual como conjunta. Para ello, cuentan con sensores IoT (Internet de las Cosas), recolectan de forma abierta todo tipo de datos, ofrecen mejores servicios y una mejor comunicación.

 

 

Es decir, que estas urbes aplican las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) para mejorar la calidad de vida y accesibilidad de sus habitantes, asegurando un desarrollo económico, social y ambiental más óptimo. Las TIC son el facilitador para producir esta mejora, son la palanca para la innovación en la gestión urbana. La prestación de servicios públicos y la gestión de las infraestructuras es medido, monitoreado y predecido como consecuencia de la aplicación de las tecnologías y todo ello da como resultado un mejor funcionamiento general de las ciudades.

Se espera que la industria de smart cities sea un mercado de 400.000 millones de dólares para 2020, año en el que habrá 600 ciudades en todo el mundo consideradas como inteligentes. Se espera que estas ciudades generen el 60% del PIB mundial para 2025, según un estudio de McKinsey.

 

Una colaboración público-privado

El hecho de que las ciudades desplieguen todo tipo de sensores y que abran estas grandes bases de datos para su explotación no serviría de nada si detrás no hay empresas capaces de trabajar con toda esta información para obtener la manera en que se pueden mejorar la gestión de los servicios públicos.

Por eso, las urbes de todo el mundo trabajan con desarrolladores y empresas para mejorar la vida en ellas. Las aplicaciones y posibilidades son tan abiertas como dispares: mejorando el tiempo de los semáforos, midiendo el polen, estableciendo un mejor riego de parques y jardines… Las aplicaciones y la tecnología bien implementada pueden ayudar a que los gobiernos con escasez presupuestaria ahorren dinero y sean más eficientes.

Para favorecer todo este complejo entramado de intercambio de datos, la AENOR, la organización española de desarrollo de normas, tiene publicadas varias sobre ciudades inteligentes.

Una de ellas es la UNE 178301, que versa sobre el Open Data y evalúa la madurez de los datos abiertos creados o mantenidos por el sector público para que su reutilización se facilite en el ámbito de smart cities. La Norma UNE 178303 establece los requisitos para una adecuada gestión de los bienes municipales.

Mientras, la UNE-ISO 37120 recoge los indicadores internacionales de sostenibilidad urbana.

Los textos, elaborados por el Comité Técnico de Normalización de AENOR sobre Ciudades Inteligentes (AEN / CTN 178) y auspiciados por el SETSI (Secretaría de Estado de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información del Ministerio de Industria, Energía y Turismo) pretenden desarrollar un nuevo modelo de gestión de servicios urbanos basado en eficiencia y sostenibilidad.

 

Ejemplos españoles de bandera

Hay varias ciudades españolas que no solo han tenido éxito a la hora de hacer este camino hacia la smart city y que son considerados, también a nivel internacional, como proyectos pioneros de éxito.

Santander, Málaga, Barcelona, Bilbao… los proyectos llevados a cabo cubren una amplia gama de opciones y con tamaño de población, condiciones climáticas, ubicación geográfica y estructura de la ciudad muy diversas.

Las acciones realizadas son en áreas tan diferentes como energía (mejora del alumbrado público, red de cámaras de videogilancia), movilidad (coches eléctricos, planes de cero emisiones)  o transporte.

Barcelona, de hecho, fue considerada la smart city número 2 en el mundo en 2016 (la primera en 2015), según la clasificación de Juniper Research. Algunas de las acciones que le valieron este puesto son, entre otras, la red de ciclismo, la gestión del transporte público, el plan de iluminación, contenedores con sensores de capacidad, depósitos telemáticos de control de aguas pluviales, redes públicas digitales de fabricación, plan de autosuficiencia de energía y el programa para promover el coche eléctrico.

 

Algunos nombres propios

Para que las ciudades del futuro sean cada vez más inteligentes, son muchos y variados los actores que tienen que entrar en juego.

Grandes jugadores de mercado, como las operadoras o fabricantes de todo tipo de infraestructura, tienen su importante papel en este cometido. Pero cada vez hay más hueco para otro tipo de empresas, de tamaño más pequeño o mediano, y muy especializados en determinados nichos.

Y no solo de mercados clásicos, como iluminación, depuración de aguas o recogida de residuos, sino también de componente claramente tecnológico. Aytos (especializado en software de gestión pública)  o Libelium son algunos nombres de empresas que están ocupando un lugar a la hora de dotar de inteligencia a las ciudades.

Productos tan variados como los sistemas de alimentación ininterrumpida que ofrece la empresa Salicru, servicios de desarrollo de planes para la eficiencia energética como los que ofrece Smart Energy o soluciones basadas en pantallas como las de Soltec son otros ejemplos de empresas españolas que con innovación y trabajo están consiguiendo hacerse un hueco en el terreno de las smart city.

 

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