En pleno mes de febrero, los campos de media Europa están congelados. Pero en los estantes de los supermercados sigue habiendo tomates, pimientos o pepinos frescos. Las regiones del sur son la huerta del continente, por lo que durante el invierno trabajan a pleno rendimiento.
Los invernaderos llevan décadas siendo una pieza clave en la productividad del campo. Gracias a la conectividad IoT (siglas en inglés de internet de las cosas), los sensores y las plataformas de gestión de Big Data, dicha productividad se ha disparado en los últimos años. La agricultura conectada podría ayudar a resolver dos de los grandes desafíos del planeta: aumentar la producción de alimentos al tiempo que se minimiza el impacto sobre el entorno.
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Los invernaderos en España
En términos generales, España es el cuarto país que más contribuye a la producción agrícola y ganadera de la Unión Europea. En 2016, último año del que Eurostat ha publicado datos completos, la actividad agrícola produjo en España un valor de 46.800 millones de euros, un 11.6% del total de la UE. Francia (70.000 millones), Italia (53.400 millones) y Alemania (52.900 millones) encabezan esta clasificación.
Sin embargo, observando el sector agrícola por segmentos, España está por delante de sus vecinos en producción de frutas y verduras y hortalizas. La gran mayoría de vegetales frescos proviene del sector de los invernaderos en Andalucía y, en particular, de una provincia, Almería. Allí hay ya 31.614 hectáreas cubiertas de plástico, según los datos que maneja la Junta de Andalucía.
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La tecnología ha jugado un papel fundamental en el desarrollo de este sector en las últimas dos décadas. “El primer avance ocurrió hace unos 15 años con la automatización de los sistemas de fertilización. El 99% de las explotaciones disponen hoy de equipos que permiten controlar la concentración, la composición, la conductividad eléctrica y la acidez del abono que se inyecta en la red de riego, así como la frecuencia y la dotación del riego”, señala Miguel Ángel González, ingeniero agrónomo de la cooperativa Eurosol.
A este paso, que supuso un aumento de la cantidad y calidad de la producción, un ahorro en costes y una mayor eficiencia en el uso de recursos, le siguió otra revolución: la implementación de los sistemas de control de plagas por métodos biológicos. “Las sueltas de insectos y organismos de control biológico de plagas y enfermedades, junto a las demás técnicas de producción integrada han supuesto una reducción drástica de los productos fitosanitarios empleados”, continúa Miguel Ángel González. Ahora, el siguiente movimiento es la digitalización a gran escala.
La conectividad de los invernaderos
A nivel mundial, en 2017 se invirtieron más de 10.000 millones de dólares en la digitalización de la agricultura. Después de la industria, es el segundo mercado de objetos conectados y soluciones de conectividad. La gran variedad de sensores existentes, las soluciones de conectividad como LTE-M y las plataformas que permiten integrar y gestionar datos de diversas fuentes en tiempo real están desplegando todo el potencial IoT en los invernaderos.
“En la digitalización de un invernadero intervienen diferentes sistemas electromecánicos y robóticos, así como sensores de todo tipo para la medición de las condiciones internas y externas que proporcionan la información necesaria con el fin de controlar y mantener las mejores condiciones para el desarrollo de los cultivos. Adicionalmente, los sensores permiten capturar datos del entorno que, una vez procesados, aportan al agricultor información esencial para el manejo de los cultivos”, explica Pascual Romera, director de negocio de Hispatec.
Para todo esto la infraestructura de comunicación es clave. “La conectividad sin cables es un elemento esencial que permite desplegar y mantener los sistemas de una forma sencilla y económica”,, asegura. Es la base para tener el control sobre todo lo que sucede dentro del invernadero.
IoT y producción agrícola
La digitalización y la conectividad de los invernaderos tiene dos grandes consecuencias: cultivar más y mejor y minimizar el impacto de la agricultura en el medio ambiente. “Los agricultores que utilizan sensores y toman decisiones basadas en datos consiguen incrementar la rentabilidad de sus explotaciones de forma considerable. La información que aportan los sensores permite aplicar la cantidad de agua y fertilizantes adecuada en el momento preciso. Así, evitan las condiciones que favorecen las potenciales afecciones de plagas y enfermedades fúngicas, evitando o minimizando la necesidad de utilizar productos fitosanitarios”, indica Romera.
Por otro lado, el menor consumo de agua y energía, la aplicación precisa de fertilizantes (evitando la contaminación del suelo y los acuíferos) y la disminución del uso de productos químicos son también consecuencia directa de la agricultura smart, permitiendo una producción más ecológica y sostenible desde el punto de vista medioambiental.
[hde_summary]Un invernadero conectado supone tener un mejor control de todas las condiciones de cultivo. Lo que antes se hacía por la experiencia, ahora se puede hacer con datos [/hde_summary]
A pie de invernadero, Miguel Ángel González explica que, para un agricultor, un invernadero conectado supone tener un mejor control de todas las condiciones de cultivo. “Lo que antes se hacía por la experiencia y la intuición del agricultor y el técnico, ahora se puede hacer con datos”. Gracias a los sensores, la conectividad IoT y las plataformas de datos, se controlar el riego, la humedad, el nivel de CO2, la temperatura… Es decir, se crea el clima óptimo dentro del invernadero.
“Para una cooperativa, tener invernaderos conectados supone tener disponibles una serie de datos de las fincas y sus producciones que permiten gestionar mejor la comercialización”, añade el ingeniero agrónomo de Eurosol. “Se dispone de previsiones de cosecha y todos los datos de trazabilidad de las partidas. Los datos se introducen en el sistema desde las fincas por parte del técnico que gestiona el cuaderno de explotación, obligatorio para cumplir con todas las certificaciones de calidad que exigen los supermercados y los requisitos de seguridad alimentaria”.
La receptividad de los agricultores
La innovación tecnológica no se percibe de la misma manera en el campo que en las oficinas. La digitalización de la gestión, la distribución y el comercio, es decir, los aspectos que atañen a las cooperativas agrícolas, ha ido siempre por delante de la digitalización de la producción. “Los agricultores van algo detrás reacios al uso de la tecnología, seguramente porque siempre han confiado en la intuición para el manejo de los cultivos. Y seguramente también porque han tenido experiencias de digitalización negativas”.
Para Pascual Romera, las empresas que desarrollan e implementan soluciones digitales tienen parte de culpa en estas experiencias negativas. “El mayor de los pecados es no tener en cuenta que el sector agrícola funciona por campañas, que los tiempos son diferentes a los de otras industrias y que está sujeto a tal cantidad de variables que se necesita un altísimo grado de especialización”.
Apostar por la sensorización y la conectividad de los invernaderos depende también del tamaño de la empresa y la capacidad de inversión. “Los que hacen estas inversiones en sus fincas son o bien agricultores jóvenes y con alguna formación agrícola o explotaciones grandes y más modernas. Poner sensores, ordenadores, motores, etc. tiene un coste elevado que, en el sector agrícola, con precios muy ajustados para el productor, puede llegar a ser inviable”, explica Miguel Ángel González.
[hde_summary] Pretender ser sostenible económica, social y medioambientalmente solo es posible digitalizando los procesos de los diferentes eslabones de la cadena con el fin de optimizarlos y hacerlos más eficientes[/hde_summary]
Sin embargo, toda esta tecnología es ya habitual en las empresas y fincas grandes. El ingeniero agrónomo pone de ejemplo el caso de su propia cooperativa, Eurosol, que tiene fincas propias con invernaderos multitúnel, cultivo hidropónico, fertilización automatizada por bandejas de demanda y control de las ventilaciones en función de datos de temperatura, humedad relativa, radiación solar y velocidad y dirección del viento.
El futuro de la alimentación mundial
Para cubrir la demanda mundial en 2050, el sector agrícola necesitará producir el 50% más de alimentos que a principios de la década en la que nos encontramos. A pesar de que en el pasado ya se hizo frente al crecimiento importante de la demanda de comida (sobre todo, en las últimas décadas del siglo XX), las proyecciones de la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señalan que el cambio climático, la falta de inversión y el retraso en la digitalización del campo pueden poner en riesgo el sistema de alimentación global.
Además, para la organización de la ONU, la inversión y la tecnología son clave para que el crecimiento sostenible de la actividad agrícola. Según los expertos, la cadena agroalimentaria en general está sujeta a una gran cantidad de variables que solo se pueden gestionar de forma eficiente usando la tecnología. Pretender ser sostenible económica, social y medioambientalmente solo es posible digitalizando los procesos de los diferentes eslabones de la cadena con el fin de optimizarlos y hacerlos más eficientes. Y, como hemos visto, para ello, ya han puesto las primeras semillas.
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