Cometer fallos nos molesta, nos hace sentir incómodos y avergonzados. En el entorno laboral, nos causa además frustración y puede incluso afectar a nuestra autoestima. Y, aun así, fracasar es condición (casi) indispensable para aprender y mejorar. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo?
“El fracaso está ligado a la vergüenza, al bochorno, lo aprendemos así desde que somos pequeños”, señala Samuel West, director del primer museo consagrado al fallo, que acaba de abrir sus puertas en Suecia. Son, precisamente, los países del norte de Europa los que tienen una perspectiva más relajada ante el fracaso. No es oro todo lo que reluce en el paraíso nórdico, pero quizá los antiguos vikingos oculten las claves para convertir los fallos en algo positivo.
El fracaso, el futuro del trabajo
“Incluso cuando pensamos sobre el fracaso racionalmente y lo aceptamos a nivel intelectual, nos es imposible eliminar los sentimientos negativos. Creo que tenemos que empezar a pensar en el fracaso como pensamos en el ejercicio físico: no es agradable, pero es necesario”, continúa West.
Las salas del Museum of Failure, en Helsinborg, acumulan objetos innovadores que fracasaron estrepitosamente a nivel comercial. La lasaña de Colgate o el Nokia N-Gage son anécdotas extremas, producto de un modelo de innovación que acostumbra a ocultar sus errores bajo la alfombra.
Un poco más al sur, en el que hasta hace poco era el reino de la felicidad, Dinamarca, el emprendedor Ulrik Bo Larsen va un poco más allá de la anécdota para analizar el que, a su juicio, es uno de los grandes logros de la cultura de innovación de los países nórdicos. Para él, la clave que potenciará la innovación en la empresa en los próximos años pasa por la autonomía de los empleados dentro de un sistema flexible de trabajo en equipo. “Es cierto que existe mucho debate, pero hay una serie de beneficios inherentes a un sistema de trabajo en el que los empleados prueben, fallen y aprendan de sus fracasos en total libertad”, señala Larsen.
Entendido, pero ¿cómo se aprende del fracaso?
Ya adelantamos que no es algo fácil, ni existe una receta única, pero aprender de nuestros errores es posible y, a ciertos niveles, todos lo hemos hecho. ¿Cuántas veces nos caímos de la bici para aprender a andar sin ruedines? ¿Cuántas veces nos tropezamos hasta aprender a atarnos los cordones de los zapatos?
Más allá del nivel individual, como sociedad, la clave es construir un sistema sólido de aprendizaje a partir del fracaso. Así lo piensa, Amy C. Edmondson, profesora de gestión y liderazgo en la Harvard Business School. Ya en un artículo de 2011, señalaba los tres pasos para construir dicho sistema.
1- Detectar el fallo, aún incluso antes de que se noten sus consecuencias. Podría parecer sencillo, pero para la profesora de Harvard el problema es que la mayoría de los trabajadores siguen siendo reacios a comunicar los errores en cuanto los ven.
“No hay por qué gastar gran cantidad de recursos en encontrar el remedio, la solución pasa por reducir el estigma social del fracaso”, explica Amy C. Edmonson. “Por ejemplo, se pueden hacer “fiestas del fallo” o destinar algunos recursos a averiguar si el error cometido abre, en realidad, nuevas oportunidades”.
2- Analizar el fallo, más allá de las causas obvias. Estudiar las verdaderas causas del fracaso es complicado a nivel emocional y psicológico. No solo porque enfrentarnos al error nos genera sentimientos negativos, sino porque, a nivel cognitivo, intentamos evitarlo de forma inconsciente.
“De forma natural, intentamos reafirmar nuestro planteamiento inicial y eludir nuestras responsabilidades, señalando causas externas. Es lo que se conoce, en psicología, como el sesgo de correspondencia”, señala la profesora de Harvard. Los errores, sobre todo a nivel interno en una compañía, suelen ser producto de muchos factores en diferentes departamentos. Por eso, se hace necesario establecer un proceso de análisis complejo, cueste lo que cueste, para tener todas las opciones en cuenta antes de sacar conclusiones.
3- Fomentar la experimentación, aunque siempre se fracase. El tercer punto nace de observar los métodos de trabajo de los equipos de investigación científica. Allí, el experimento lo es todo, aún a sabiendas de que existen muchas probabilidades de fallar (al fin y al cabo, el error no es más que una desviación de los resultados esperados).
“Normalmente, los empleados a cargo de lanzar un producto piloto hacen todo lo posible porque la prueba sea perfecta, un éxito desde el minuto uno. Así, se suelen preparar productos teniendo en cuenta condiciones óptimas, y no realistas. Esto impide que el proyecto piloto genere conocimiento sobre qué no funciona”, concluye Edmonson.
¿Y cómo se implementa en la empresa?
El principal escollo para desarrollar este tipo de estrategias somos nosotros mismos, nuestra cultura y nuestra educación. Por eso los países nórdicos, cuya cultura, mucho más plana e igualitaria, considera todas las opiniones igualmente válidas – dentro de unos límites -, ha sabido integrar más fácilmente las recetas para aprender del fracaso.
Sin embargo, el mundo empresarial tiene una herramienta para saltarse los obstáculos culturales: los directivos. En una estructura de trabajo piramidal, los puestos altos en una empresa tienen la oportunidad de fomentar la cultura del fracaso entre sus empleados. Motivar a sus trabajadores para que cometan errores. ¿Cómo? Según el emprendedor Simon Casuto, en un artículo publicado en Forbes, a través de cuatro pasos.
1.Predicar con el ejemplo. Los líderes de una empresa deben demostrar constantemente la importancia de probar nuevas opciones, premiando los experimentos en sí mismos más que las soluciones de éxito.
2. Impulsar la transparencia. Los empleados que tengan nuevas ideas deben sentirse cómodos compartiéndolas con el resto de la compañía. “La transparencia sienta el precedente de que no pasa nada y que todos pueden aprender de los errores y los éxitos de los demás”, señala Casuto en su artículo.
3. Estimular el “fracaso rápido”. Las nuevas ideas deben ser testeadas de forma rápida. No se debe perder el tiempo en la burocracia interna de la empresa o en elaborar manuales previos. Si se tiene una idea, se prueba casi inmediatamente. Así, si fracasa (la mayoría lo hará), apenas se habrán malgastado recursos.
4. Contar con un sistema de simulación. Para romper el círculo vicioso del miedo al fracaso, las compañías pueden establecer un sistema que cree situaciones o escenarios ficticios en los que probar las nuevas soluciones o productos. “Cuando los empleados son conscientes de que hay poco en juego, se animarán a compartir más ideas sin miedo a las consecuencias”, concluye Simon Casuto.
En muchas ocasiones, éxito o fracaso son dibujados como dos caminos separados, uno para los elegidos y otro para el resto de los mortales. Sin embargo, son dos caras de una misma moneda. Quizá la pregunta que tengamos que hacernos es qué es más importante, que salga cara, que salga cruz, o que podamos seguir lanzando la moneda al aire.
Juan F. Samaniego