La productividad laboral, entendida como rendimiento, es uno de los pilares básicos de las empresas a la hora de maximizar el beneficio. Por lo tanto, los factores que aumentan la producción también entran en los planes estratégicos, de ahí que se hagan pruebas para averiguar cuáles son los más relevantes. Incluso cuando resultan contraintuitivos, como reducir el horario laboral.
Durante agosto de 2019, casi 2.500 empleados de Microsoft en Japón vivieron un experimento de reducción de jornada. Durante todo el mes trabajaron solo cuatro días a la semana, sin pasar por la oficina los viernes. ¿El resultado? La productividad aumentó un 39,9% con una mayor conciliación familiar. Sabiendo esto, ¿por qué no nos lanzamos ya mismo a la jornada de 32 horas? [hde_related]
Reducir la jornada: históricamente aceptable
La semana laboral de 40 horas que permite trabajar de lunes a viernes ocho horas diarias se implantó en 1995 en los últimos países, como China. Aquel contrato “8-8-8” que ya se leía en las demandas sociales de 1856 (abajo, Melburne), por las ocho horas de sueño, ocho de trabajo y ocho de tiempo libre, surgió de la presión del movimiento obrero y tiene su origen antes del siglo XIX.
De hecho, ya en 1825 se logró trabajar 82 horas semanales de lunes a viernes en países industrializados. Todo un ‘avance’. Antes de eso en las fábricas se acostumbraba a trabajar como en el campo: de sol a sol, más de 12 horas cada uno de los siete días de la semana.
Solo en algunos países y oficios, como el caso de los obreros en la España de 1595 con Felipe II, era viable trabajar ocho horas durante toda la semana “para librarse del rigor del sol” y “procurar la salud”.
¿Aumentaba la producción al reducir la jornada, o era al revés? La reducción de jornada de 12 horas diarias de lunes a domingo a ocho horas diarias de lunes a viernes ha ido mejorando gradualmente la producción por hora, sí, pero al tiempo su implantación habría sido inviable sin tecnología avanzada más productiva. El caso más sonado es el telar impulsado por vapor.
El contrato laboral del siglo XXI
“Durante el siglo XXI faltará trabajo”, dicen algunas voces, mientras que otras dicen que no ocurrirá. Sí sabemos que buena parte de los trabajos están a punto de ser automatizados, y que otros dejarán de ser útiles. Este ‘reajuste’ propio de las revoluciones industriales ha impulsado las anteriores reducciones laborales, y hay quien considera la jornada de 32 horas como un mejor reparto laboral.
También sabemos que la productividad por hora no deja de subir junto con el PIB per cápita. Así, en lugar de despedir a uno de cada cinco trabajadores, una empresa podría repartirle a este trabajador las ocho horas diarias de lunes a jueves que sus compañeros no trabajarán. Todos pasarían de 40 a 32 horas semanales.
En contra de lo que se podría pensar, hoy sabemos que esto, de forma contraintuitiva, aumenta la productividad empresarial. Dado que ningún gobierno sabe con seguridad si en el futuro habrá más o menos trabajo, resulta coherente que algunos se preparen para un escenario en el que las máquinas hayan ido canibalizando el nuestro.
¿Tiene sentido una jornada de 32 horas?
Para el Gobierno laborista británico, uno de los últimos partidos en proponer esta modalidad, sí. Lo hizo Jeremy Corbyn durante la Conferencia Laborista previa a las elecciones. Pero no han sido los únicos. En España, el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) sugirió, para hacer frente a la automatización, congelar el salario pero restar un día laboral a la semana.
Así aparecía reflejado en las conclusiones del estudio ‘Impacto de la automatización en el empleo en España’ (2018), que proyectaba un enfoque en el que las máquinas irían poco a poco supliendo a los trabajadores. Recordemos que, aunque en países asiáticos e incluso occidentales la semana de 40 horas sea reciente, en España la tenemos desde hace 100 años. ¿Nos toca innovar?
Experimentos de reducción de jornada
El experimento de Microsoft en japón ha puesto el foco internacional en el asunto para sumar una experiencia más a la creciente lista de investigaciones previas. Pero el gran problema de estos experimentos es que una jornada de cuatro días no tiene el mismo impacto en todos los países, sectores o modalidades de trabajo.
Las pruebas en grandes empresas han sido positivas para estas y el empleado. Con ellas, el trabajador experimenta una verdadera sensación de liberación al no ver comprometido su salario. Hay experimentos que incluso relacionan una mayor reducción de jornada con una disminución de la desigualdad.
Varios experimentos, como este y este, demostraron que para el empleado hay un “tiempo de trabajo óptimo” no superior a 35 horas semanales por debajo del cual se es más feliz y se está más motivado. También tienen vidas más saludables y mejora su salud mental y psíquica.
Los autónomos, por otro lado, necesitarían elevar un 25% todos sus precios para poder disfrutar de este tipo de ofertas, lo que crea una obvia brecha que agrava las diferencias entre ambos sectores y hace, a día de hoy, poco viable que puedan ‘engancharse’ a este tipo de semanas reducidas. Hemos de tener en cuenta que el 78% de los autónomos trabaja más de nueve horas diarias, según ATA.
Con respecto al sector público, ciudades como Utah demostraron en 2007 que los empleados viven mucho mejor, pero también demostraron que los ciudadanos recibían peores servicios (2011). En este caso, sería necesario contratar un 25% más de funcionarios y técnicos.
La medida ha de ir acompañada
Todo esto nos indica que, pese a que los trabajadores a priori van a tener una mejor calidad de vida al trabajar menos, es necesario acompañar la medida con otras que eviten brechas. Contratar más personal público, facilitar el trabajo de los autónomos y automatizar el trabajo son algunas pinceladas.
Más allá de la cifra del aumento de productividad del 39,9% al reducir un 20% la jornada, hemos de tener en cuenta que Microsoft estuvo planificando el experimento durante meses, incorporando previamente importantes medidas operativas tales como reducir el tiempo de las reuniones.
Esto traslada el reto de la reducción de jornada a varios frentes, entre los que se encuentran la política social y económica y el grado de aceptación empresarial, teniendo la cultura empresarial como barrera. Es probable que trabajemos menos tiempo y rindamos más. Ya se están dando los primeros pasos.
Imágenes | Annie Spratt, Dominio Público, Johny vino, Andrew Neel