En la oficina un empleado puede tener un mal día, pero no todos. Cuando la conducta de alguien en un entorno de trabajo es reiteradamente negativa, desfavorable, molesta o egoísta, tenemos un problema que conviene abordar. Una conducta tóxica crónica (aunque sea de un único individuo) puede destruir la cohesión del equipo de trabajo. También contribuirá a la desmotivación del resto de compañeros. Y finalmente bajará la productividad de la empresa. [hde_related]
Ocho roles tóxicos
Los roles tóxicos paralizan al resto porque favorecen el desánimo y la frustración. Es necesario que los líderes de equipo, los gerentes o los propios compañeros estén atentos para que los empleados con conductas poco o nada constructivas sean localizados y reconducidos. Con la ayuda parcial de Gina Aran, consultora experta en recursos humanos, aquí ofrecemos algunos de los perfiles de trabajo más perniciosos:
Los dominadores
Les gusta el protagonismo, hablan de cuestiones que no conocen y se vuelven autoritarios. Suelen entorpecer las reuniones y con ellos cuesta llegar a conclusiones. Sin embargo, esa pose y la búsqueda de reconocimiento rápido suelen esconder en el fondo una baja autoestima. Aunque cueste, lo mejor que pueden hacer los compañeros que sufran a un dominador es trabajar para que este se sienta reconocido. Así empezarán a normalizar la situación.
Los obstructores
Se pierden en los detalles y de esa forma eternizan las reuniones y la toma de decisiones. También facilitan información confusa para culpar a los demás de los posibles fracasos o errores. El problema es que suelen ser empleados a los que les cuesta asumir responsabilidades. Por ello, para neutralizarlos y evitar este tipo de conductas, conviene planificar detalladamente las tareas e, incluso, dejarlas por escrito.
Los hipercríticos
Como su nombre indica, están dedicados todo el tiempo a identificar los errores de los demás o a atribuirse méritos que no les corresponden. Es un perfil difícil de lidiar y asociado a personas desconfiadas, envidiosas y un punto paranoicas. Para combatirlos, lo mejor es demostrarles que los escuchamos y valoramos. Aunque también hay que indicarles en qué se equivocan.
Los trepas sin escrúpulos
Suelen aparecer en empresas con muchos empleados y eslabones en la cadena de mando. Son manipuladores y de alguna manera se adueñan de los méritos de los demás, y no dejan pasar la oportunidad cuando se trata de señalar errores y debilidades del resto. Plantarle cara a un trepa no parece lo más indicado, por el mal ambiente que puede crear. Lo mejor será ignorarlo, hacerle el vacío. Un trepa sin público que le aplauda pierde mucho.
Los parasitarios o vagos
No son los más tóxicos, pero son peligrosos porque desmotivan mucho al resto de compañeros. Evitan las tareas complicadas, son propensos al absentismo y a la ausencia reiterada de la oficina. Cuando están en el trabajo, dedican muchos ratos a conectarse a las redes sociales, a hablar por teléfono con familiares o amigos, o a comprar por internet. Con los vagos, conviene encontrar las causas de su desmotivación, para ayudarles a volver a un ritmo normal. Si no se puede, deberían abandonar el equipo.
Los pelotas
Halagan constantemente y sin causa evidente a los jefes. Por lo general, para ganarse su confianza o para obtener alguna prebenda, en forma de mejora salarial o de un ascenso profesional futuro. El problema es que también desmoralizan al resto del grupo, que siente que el trabajo bien hecho no es suficiente para obtener el debido reconocimiento. Está en mano de los jefes adulados poner coto a este comportamiento tóxico.
Los machistas
Consideran que ciertas tareas son solo de mujeres, o que ellas no están capacitadas para algunas actividades o para asumir responsabilidades. Tienen una mentalidad antigua que les lleva a hablar en un tono despectivo de sus compañeras. También suelen recurrir a chistes machistas que son humillantes. Por eso siembran la desconfianza en los equipos y desmotivan a sus integrantes, sobre todo a ellas. Para evitar que este colectivo gane poder, las empresas deben establecer códigos éticos que todos respeten y que recojan penalizaciones de sueldo o atribuciones. Esos códigos pueden llegar incluso al despido para que sean ejemplarizantes.
Los workaholics
Son los adictos al trabajo que llegan los primeros a la oficina y se marchan los últimos. Y que también se llevan tareas a casa y se sienten mal si no las sacan adelante todas. Solo por comparación, los adictos dejan en evidencia a los compañeros de equipo que no entran en este juego y que, al contrario, cumplen con su horario y no trabajan el fin de semana desde casa. Eso crea mal ambiente y rencores. Un gerente o los líderes de equipo lo tienen que identificar y prohibir. De hecho, en algunos países y culturas empresariales, trabajar más horas de las debidas no se considera un actitud ejemplar, sino el síntoma que hay una mala organización.
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