El ingeniero egipcio Mo Gawdat aparentemente lo tenía todo durante los años que ostentó cargos de responsabilidad en IBM, Microsoft y Google. Contaba con prestigio, dinero y una familia, pero no era feliz. Así que decidió investigar qué es lo que hace sentir bien al ser humano y, desde un enfoque técnico, traducirlo en una fórmula matemática, algo que logró finalmente gracias a la ayuda de su hijo.
Pero en 2014, Alí, de 21 años, murió repentinamente durante una operación de apendicitis debido a un error médico. «Si hubieras abrazado una sola vez a mi maravilloso hijo entenderías que, tras su muerte, quisiera encerrarme para siempre a llorar. Sin embargo, no lo hice. Puse a prueba mi algoritmo y, a pesar del profundo dolor, recibí su muerte en paz«, contó Gawdat a los periodistas en su visita en febrero pasado a Madrid para presentar el libro El algoritmo de la felicidad (Editorial Zenith), como ha bautizado a su fórmula matemática. «Tras el fallecimiento de Alí empezaron a decirme que tenía que explicar esa ecuación increíble. Antes de morir, Alí me había pedido que siguiese trabajando con el corazón y no con la cabeza, así que, dos semanas después, me senté a escribir«.
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El algoritmo de Gawdat es aparentemente sencillo: La felicidad es la diferencia entre la percepción de los acontecimientos de nuestra vida y las expectativas que tenemos sobre ellos. Es decir, no se trata tanto de ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino de aceptar el agua que tengamos. Y esto exige esfuerzo.
Según este ingeniero, indudablemente hay razones objetivas para no estar contento. «La guerra o la muerte de un ser querido son buenos ejemplos de ello, pero todo puede sobrellevarse un poco mejor con algo de empeño«, asegura. En este sentido, postula una «aceptación comprometida. ¿Puedo hacer algo al respecto? Hazlo y te sentirás mejor contigo mismo. Si no es así, acéptalo también, desde una posición de fortaleza. En mi caso, me esfuerzo por que cada día sea mejor que el anterior».
El dinero no da la felicidad
El libro trata de enseñar a vivir con plenitud aceptando las circunstancias y dejando atrás lo que llama seis «grandes ilusiones», que tienen que ver con la percepción que tenemos del mundo, y siete «puntos ciegos» -suposiciones, filtrado, recuerdos, búsquedas, etiquetas, emociones y exageraciones-, que nos arrastran hacia la infelicidad.
«Piensa en un teléfono móvil. Está diseñado para funcionar y, si empieza a ir mal al cabo de un tiempo, es porque lo sobrecargamos de aplicaciones o lo desbloqueamos cada dos minutos para ver los Likes. Empezamos a instalar en nuestra mente aplicaciones extrañas, como la priorización del éxito o del dinero, los estándares de belleza que nos venden, la ansiedad por quedar bien y encajar. Quienes se creen esas promesas de felicidad y las dominan, pueden navegar bien por el mundo moderno y quizás hasta consigan un supuesto éxito, pero por el camino han perdido la batería de su móvil: la felicidad«, explica el ex alto ejecutivo.
A su juicio, «nacemos felices y no necesitamos nada más para serlo, pero nos dejamos llevar por ilusiones y estas nos hacen infelices. El dinero solo hace feliz hasta que se alcanza la cantidad suficiente para cubrir las necesidades básicas. A partir de ahí, en muchas ocasiones tiene el efecto contrario».
Gawdat lamenta que, aunque no tengamos razones para ello, “el cerebro adulto procesa pensamientos negativos durante el 60% o 70% del tiempo”, por eso hay que entrenarlo como si fuera un músculo para que los pensamientos positivos superen a los negativos.
“En las pruebas neurocientíficas puede verse cómo los pensamientos negativos ocupan la parte central del cerebro, mientras que los pensamientos útiles activan los laterales de los hemisferios derecho e izquierdo. También se constata que la morfología del cerebro va cambiando. Así, las personas que son optimistas acaban reduciendo el tamaño del espacio central de su cerebro y potenciando las otras áreas», detalla.
Objetivo: llegar a 1.000 millones de personas
Gawdat acaba de dejar su cargo como director de Negocio de Google X para una nueva misión: honrar la memoria de su hijo y enseñar su fórmula a 1.000 millones de personas en todo el mundo para que logren la felicidad (#onebillionhappy). «Postular que la felicidad está al alcance de todos es un trabajo a tiempo completo», asegura.
«Si no consigo esta meta, no me moriré, y solo con llegarle a una persona más ya estoy haciendo algo», dice. En su caso, su gestión de las expectativas determina su felicidad, que para él es, sencillamente, «esa sensación de paz y tranquilidad cuando el presente, ese preciso instante, le parece a uno bien«.
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