Javier López Menacho, autor de ‘La farsa de las startups’: «Para emprender no basta empuje. Hace falta formación, contactos y dinero»

Javier López Menacho, autor de 'La farsa de las startups'

Pymes

El especialista en comunicación y reputación digital Javier López Menacho (Jerez de la Frontera, 1982) se mueve como pez en el agua ante una hoja en blanco; no puede aguantarse las ganas de narrar lo que le pasa. Tanto que desde hace unos años escribir se ha convertido en su gran pasión.

Si en 2013 contaba cómo era la realidad laboral en lo más crudo de la crisis con ‘Yo, precario’, donde mostraba el rosario de trabajos de toda índole que había ido acumulando, en su cuarto libro descubre lo que, a su juicio, es la cara oculta del mito emprendedor, tras trabajar en varias startups y conocer sus códigos.

Frente a la imagen pública del empresario de toda la vida, algo devaluada, la del emprendedor es impoluta: el joven que, sin apenas recursos pero con una determinación asombrosa, logra cambiar el mundo con su idea revolucionaria, impactando de manera positiva en la economía y la sociedad, y convirtiéndose en un modelo a seguir. Un relato demasiado bonito para ser verdad y que, en realidad, es falso, edulcorado y poco crítico, según López Menacho.

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‘La farsa de las startups’ (Catarata, 2019) no es un libro -dice su autor- contra las empresas emergentes, sino a favor de estas, en concreto de aquellas donde la responsabilidad social y la innovación van de la mano con un ideal compartido: hacer un mundo mejor.

¿Cuándo comienza eso que llamas “farsa”?

Si el final del siglo pasado estuvo marcado por la burbuja inmobiliaria (entre 1997 y 2008), e hilando más fino, por la burbuja de las ‘puntocom’ (1997-2000), estas dos primeras décadas de siglo se están viendo marcadas por el discurso del emprendimiento, la alineación de todos los actores políticos y socioeconómicos para engatusar a la población con un discurso positivista, donde lo intangible (el éxito, la consecución de los sueños, el reconocimiento social, la felicidad de no trabajar) se funde con lo tangible (el dinero) en una promesa de éxito total.

¿Por qué construirla?

Los bancos, los gobiernos, los grandes empresarios… Todos lo tienen claro y van a una: las empresas tecnológicas son el futuro. Con esta coyuntura, les conviene proyectar la imagen de un país innovador, con motivación emprendedora, repleto de oportunidades y a la cabeza de las tendencias tecnológicas. Hablan de creación de puestos de trabajo, modernidad, innovación, éxito, transparencia, valores corporativos y buenos hábitos. Negocios más colaborativos, conectados, globales y productivos.

Toda esta movilización ha provocado un efecto llamada entre los jóvenes que acceden al mercado laboral, pero también nace de un sentimiento de orfandad tras el crack inmobiliario. Emprender es un sueño democrático, asumible por cualquier persona y que responde a la siguiente pregunta: ¿dónde se encuentra ahora el camino para hacer dinero? Lo que un día fue la industria del ladrillo ha mutado a una industria con mucha mejor fama: la de la innovación. El dinero está en las ideas innovadoras que te conducen a coronarte como el nuevo Steve Jobs.

Pero no es oro todo lo que reluce.

De un modelo de negocio que produce un éxito por cada 10 fracasos, ha surgido todo un discurso público en torno a la idea de innovación y éxito. Han engañado a muchos ilusos, que se han lanzado a emprender para salir de las listas del paro, como en una nueva fiebre del oro. Te venden esa idea, muy dulcificada por Hollywood, de que tú trabajas en un garaje, se te enciende la bombilla, tienes una idea brillante y llegas a transformar el mundo.

Un discurso, según dices en el libro, emparentado con las recetas más elementales de la psicología emocional, la autoayuda y el coaching.

Efectivamente, frases inspiradoras que coinciden con el discurso de los speakers más populares del mundo emprendedor: “El éxito está dentro de ti”, «Un emprendedor ve oportunidades donde otros ven problemas”, “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo” o “Piensa como un millonario, trabaja como si estuvieras en la quiebra”. Pero luego no es todo tan sencillo, el mundo emprendedor está lleno de grises, de figuras poliédricas, de historias rocambolescas.

Hay más que meritocracia.

Tesón, resiliencia, perseverancia, enfoque, claridad, valentía… La mayoría de aptitudes que se le presuponen a un CEO son positivas y existe una enorme maquinaria propagandística detrás que confirma las virtudes del emprendedor.
[hde_quote author=»Javier López Menacho» position=»especialista en comunicación»] Para emprender no basta con empuje, convicción, resiliencia y ductilidad, es necesario formación a raudales, disciplina, contactos de valor y una estimable capacidad económica. [/hde_quote]

Pero para emprender no basta con empuje, convicción, resiliencia y ductilidad, es necesario formación a raudales, disciplina, contactos de valor y una estimable capacidad económica, y ni siquiera eso garantiza el éxito de una idea de negocio. Emprender no es una ciencia.

En este sentido, comentas que el ascensor social suele estar averiado en el ecosistema startup.

Cierto. Los que vienen de abajo tienen más dificultades para acceder a los estudios y la formación -cada vez más costosa-, gozar del dinero suficiente para iniciar el proyecto o tener en cartera a los contactos oportunos.

[hde_quote author=»Javier López Menacho» position=»especialista en comunicación»] El éxito en el mundo de la innovación y las nuevas tecnologías tiene rostro de hombre heterosexual blanco de entre 30 y 50 años. [/hde_quote]

De hecho, el éxito en el mundo de la innovación y las nuevas tecnologías tiene rostro de hombre heterosexual blanco de entre 30 y 50 años. No es casualidad, son las personas que han tenido acceso a estudios superiores, riqueza y posibilidades de inversión. El prototipo de emprendedor exitoso es el prototipo de nuevo rico. En medio siglo apenas ha variado su perfil; si acaso, se ha hecho un poco más joven.

Unos CEO que, a tu modo de ver, si sitúan por encima del bien y del mal.

El nuevo emprendedor de éxito se convierte en una figura de referencia, admirada y respetada por la sociedad, que encuentra replicantes entre la población, pues lo entienden como un modelo a seguir.

La coartada moral del exitoso CEO es que la innovación que procura a su empresa digital es un beneficio puesto a disposición de la sociedad. Así, si tu aplicación te hace más fácil viajar, es un bien social. Si te permite conectar con la gente de tu edad, es exactamente lo mismo. Eso le absuelve de cualquier treta que haya utilizado para llegar a la cúspide: lo hacía por el bien común.

Aseguras que muchas startups son «sinónimo de pelotazo».

Numerosos jóvenes empresarios utilizan la excusa tecnológica para perseguir un único objetivo: hacerse millonarios. Acuden a las rondas de financiación y a los concursos públicos alentados por el dinero fácil con el objetivo de buscar un exit que les permita vivir de las rentas, dejando la patata caliente -una empresa no rentable- en otras manos. El juego del globo que estalla cuando el tiempo se acaba.

[hde_quote author=»Javier López Menacho» position=»especialista en comunicación»] Muchos jóvenes empresarios acuden a las rondas de financiación y a los concursos públicos alentados por el dinero fácil con el objetivo de buscar un exit que les permita vivir de las rentas, dejando la patata caliente -una empresa no rentable- en otras manos. [/hde_quote]

Desde una taza capaz de calentar por sí misma leche hasta una app que contacte con profesionales para limpiar espacios privados, cualquier idea es válida siempre que se pueda proyectar como idea de éxito, sea monetizable, se venda y encuentre compradores.

Javier López Menacho, autor de 'La farsa de las startups'

En la base de la pirámide del universo startup está lo que llamas el «precariado geek»

Se trata de becarios que trabajan como cualquier otro miembro de la plantilla, programadores, desarrolladores, creadores de contenidos, marqueteros y personal de oficina con sueldos raquíticos y una dedicación plena. Falsos autónomos yendo día sí y día también a la oficina.

[hde_quote author=»Javier López Menacho» position=»especialista en comunicación»] En la base de la pirámide está el precariado geek, trabajadores con sueldos raquíticos y una dedicación plena. [/hde_quote]

Tampoco se libran los ‘emperdedores’ o ‘emprendeudores’, los impulsores de una idea de startup que, sin apoyo financiero ni institucional de ningún tipo, se dejan sus ahorros mientras intentan hacer funcionar su idea de negocio y se autoadjudican durante el proceso un sueldo precario, llegando incluso a no cobrar por su trabajo o acumular pérdidas mes a mes, arrastrando esas deudas de por vida.

En este sentido, denuncias que la llamada economía colaborativa que abrazan muchas startups se ha ido transformando en una suerte de «precariedad 2.0».

Sí, porque la “flexibilidad” es una forma de decir jornadas maratonianas de 10 o 12 horas, las “ganas de aprender” significan trabajo no remunerado y la “mentalidad de ser tu propio jefe” se traduce en cómo darse de alta en autónomos por un sueldo mínimo. La cantidad de eufemismos desespera al más paciente.

Hay muchos ejemplos de empresas cuyo modelo laboral está en entredicho, bordeando la legalidad, en pleno conflicto con otros agentes sociales o pendiente de resoluciones judiciales. La paradoja es que, mientras como consumidores preferimos Uber al taxi, como trabajadores preferimos lo contrario.

Pero está el salario emocional.

Alguien inventó este concepto para compensar los sueldos escuálidos: el teletrabajo, la posibilidades de desarrollo dentro de la empresa, el horario flexible, la preocupación por la vida sana y el ejercicio físico del trabajador… Es un buen concepto, pero el salario emocional no paga la factura de la luz, el teléfono, el transporte o la comida.

[hde_quote author=»Javier López Menacho» position=»especialista en comunicación»] El salario emocional para compensar los sueldos escuálidos no paga la factura de la luz, el teléfono, el transporte o la comida. [/hde_quote]

Así, hoy se pueden encontrar startups que ofrecen puestos de trabajo rayando el sueldo mínimo profesional, pero con agua y fruta en la oficina, o con una hora de entrada entre las ocho y las nueve de la mañana, y mesa de ping pong en el comedor, entre otras ventajas.

Mientras el CEO de la startup se ha puesto un sueldo más que decente tras la última ronda de financiación, los trabajadores tendrán que esperar una ocasión que quizás nunca llegue.

¿España debe reflexionar sobre el discurso y el modelo de éxito que está vendiendo con las startups?

Hay que contar la verdad: que la mayoría no sobreviven, que es muy difícil tener financiación, que es un sistema muy endogámico donde el circuito de inversores es muy cerrado y que el dinero casi siempre lo consiguen los mismos. De hecho, la combinación de mujeres, afroamericanos, homosexuales y transexuales recibe aproximadamente el 10% de la inversión total. El resto, el perfil comentado anteriormente: varón, heterosexual, joven y blanco.

¿Estamos a tiempo de revertir la situación?

Las startups deberían ser lo que en el siglo pasado parecía buena idea y llegó a compartir el imaginario colectivo: proyectos tecnológicos disruptivos e innovadores que generan un impacto social positivo a gran escala. Pero se desvirtuó su significado. Entraron en escena inversores, bancos, especuladores, rondas de financiación, asesores, consejeros, gurús y un sinfín de actores que modificaron el paradigma.

Auguras que el consumidor acabará salvando las startups.

Sí, porque el usuario del siglo XXI, nativo digital, ha ido desarrollando estos años una moral compartida y sabe que, en el fondo, la llegada de internet le ha dado más poder del que nunca soñó. Por mucho que hagan las empresas, no están por encima de los consumidores, cuyo poder acumulado es capaz de tumbar los cimientos de cualquier mastodóntica corporación.

Estos ya están exigiendo valores a las empresas. La responsabilidad del consumidor podría arrastrar a las compañías: ahí se abre una rendija para la transformación global. Empresas igualitarias, solidarias, sostenibles, que muestren sensibilidad social y capacidad de influir positivamente en su entorno.

Imágenes | Javier López Menacho

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