Incubadoras: un mecanismo fundamental en el ecosistema de las startups

Pymes

Las incubadoras de empresas son un mecanismo fundamental en el ecosistema de las start-ups, pues sirven para estimular y dar soporte al crecimiento de ideas emprendedoras. No se trata sólo de que recibamos apoyo económico, es decir, financiación, sino de otros aspectos de la empresa como la gestión, organización y planificación. Podemos tener nuestra idea y  plan de negocio muy madurados pero siempre lo más recomendable será que algún experto fuera de nuestro entorno evalúe y valide de manera menos pasional y sí más objetiva la viabilidad del proyecto.

Buscando asesoramiento

Una forma usual de recibir feedback es ir al banco a pedir un crédito. O, si estamos realizando el trabajo de fin de curso de un MBA o la tesis doctoral, también es posible obtener una valoración académica sobre la claridad del planteamiento, aunque casi siempre será desde un punto de vista teórico. Quizás tengamos la fortuna de disponer de algún hub municipal que auspicie el emprendimiento y nos puedan revisar la pertinencia de las proyecciones y orientarnos sobre los siguientes pasos, o la misma cámara de comercio nos anime a constituir una empresa y empezar a pagar impuestos antes incluso de tener un primer cliente.

Sea cual sea, si alguien ya nos ha validado nuestro plan de negocio porque le ha visto un potencial, antes de tirar en solitario y a ciegas, puede ser interesante contar con el asesoramiento especializado para aterrizar la idea y comenzar su implementación. “Haber validado tu idea de negocio te da un punto de partida claro y esencial; no obstante, empezar a recorrer el camino es un nuevo capítulo en la historia y al tratarse de un negocio emergente será usual que las cosas se pongan como una montaña rusa; avanzarás a pasos agigantados unos días y al siguiente sentirás que todo va por el camino equivocado”, señalan desde la incubadora colombiana SLab.

Las incubadoras están pensadas precisamente para tutelar este periodo crítico en el que las empresas se inscriben en los registros mercantiles y echan a gatear, librándolas de las múltiples distracciones burocráticas que traban el recorrido hacia el éxito comercial. No solo la parte jurídica y legal, también la financiera y la logística. “De esta forma tú te enfocas en hacer crecer tu negocio y en comprender su comportamiento real frente al mercado, mientras nosotros nos encargamos de gestionarlo a medida que te vamos enseñando a hacerlo sobre la práctica”.

Claro que hay que estar dispuesto, a cambio, de ceder cierta soberanía. A menudo, la incubadora va a querer, con la mejor de las intenciones, revisar y reestructurar algunos puntos de nuestro plan de negocio, introduciendo algún mentor que nos tutele y dirija; o incluso de ir un poco más allá y hacer entrar extraños en el accionariado, a través de algún business angel que deposite cierto capital semilla para cubrir la fase de puesta en órbita. Generalmente, esto conlleva la redacción de un contrato donde se estipule claramente las cesiones y obligaciones del emprendedor, en forma de participaciones, y nos obligue a un desembolso similar que avale nuestro compromiso con el proyecto.

Noviazgo con fecha de caducidad

La duración de un proceso de incubación puede llegar hasta los cuatro años, aunque lo más habitual es que sea entre dos y tres años. Los primeros seis meses nos cederán un espacio compartido donde ir perfilando y asentando el proyecto. Reuniones periódicas con los diferentes equipos disponibles, necesidades reales de infraestructura, búsqueda de una identidad de marca, estrategia de comunicación, investigaciones de mercado, benchmarking y focus groups, elaboración de prototipados y puesta en producción, gestión de equipos, cumplimiento de las obligaciones tributarias, gestión de la base de datos de clientes y proveedores, herramientas informáticas, desarrollo de una red de contactos y networking, etc. Lo habitual es que en esta fase se trabaje en talleres con varios grupos de emprendedores.

Los siguientes seis a doce meses se trata de seguir el business-plan e ir cumpliendo los hitos marcados y las KPIs, asentando las bases estructurales de la empresa y haciendo las primeras incursiones en el mercado real. Refinadas las metodologías del día a día, es el momento de revisar los objetivos marcados y ver si estamos en disposición de poder acceder a una primera ronda de capitalización. Esta segunda era es decisiva, pues puede marcar la senda del éxito futuro o desinflar la burbuja inicial llena de ilusión. Aquí se pondrá a prueba el aguante de nuestro espíritu emprendedor, al mismo tiempo que comprobaremos cómo el esfuerzo inicial puede empezar a dar sus frutos o, por el contrario, si las tensiones internas rompen la unidad de criterio y aparecen discrepancias en el nivel de compromiso o en las decisiones a tomar. Según el grado de convencimiento, la incubadora puede seguir dando soporte un año más, asesorando puntualmente en algún punto crucial.

Incubadoras con nombre propio

Ya hablamos aquí de Incubio, una incubadora de start-ups especializada en Big Data que ha ayudado a la creación y puesta en marcha de una veintena de nuevas empresas, pero existen muchas otras. Por ejemplo, Intercom se basa en negocios relacionados con Internet y desarrolla proyectos como Softonic, Niumba o Infojobs. Mola está especializada en proyectos informáticos, principalmente aplicaciones móviles y web. Impulsada por Juan Roig, presidente de Mercadona, Lanzadera es considerada más como incubadora financiera.

DAD, de Rodolfo Carpintier, orienta en la gestión, las etapas y formas de financiación y en conseguir los primeros clientes. Otras como Impact Hub Madrid o Barcelona Activa son una comunidad de proyectos colaborativos. Finalmente, Seedrocket es una incubadora que también funciona como aceleradora, destacando sus planes de formación.

Javier Renovell

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